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Normalmente el modelo es Honda Civic de los noventa. Viene con planta de poder, parlantes, amplificador, subwoffer, ecualizador, luces de neón, vidrios polarizados y un escape que hace que las alarmas de los autos estacionados a su paso suenen histéricas.

Detrás de estas discomóviles embrionarias hay alguien que maneja para sí mismo, aislado de su entorno e incapaz de interactuar con los demás porque se quedó voluntariamente sordo.

Por mi barrio debe haber uno de esos que pasa tipo una de la mañana y le activa la alarma al vecino de al lado. Es lo que podríamos llamar un ritual de madrugada: el ruidoso pasa, yo me despierto, suena la alarma por unos 10 segundos que se hacen eternos, el vecino la apaga y el auto con diarrea sonora se aleja impune rumbo a lo desconocido.

Supongo que algo similar pasa con la gente que hace fiestas en la casa y pasadas las 12 de la noche siguen pegando gritos, poniendo música a todo lo que da y mandando a freír churros al vecino que le pide que por favor le baje al desmadre.

Es importante notar que en algunas casas no se puede hacer el oficio sin que la radio suene para toda la cuadra: “Desde mi casa y para todo el barrio transmite Radio Chayito, la del ritmo bonito”.

Esa es la actitud desconsiderada, egoísta y obtusa parece ser la versión auditiva del “horror vacuo”. Barrios enteros huyen de la soledad con equipos de sonido a punto de reventar. Lucero, Pimpinela, Pandora, Daddy Yankee o Don Omar compiten palmo a palmo por llenar la casa con algo y borrar las intenciones expansionistas del vecino.

Cuando paso frente a los bares (y ocasionalmente cuando entro, Tropical de por medio) me asalta la duda existencial ¿Para qué tanto ruido si no se puede hablar? Si quiero dirigirme a alguien le tengo que gritar y si alguien me grita y no le entiendo tengo que fingir que lo que me dijo fue divertidísimo.

O esa costumbre de ver televisión en grupo, subirle el volumen, comentar sobre el titular de la noticia y no terminar de entender nada porque el del comentario inteligente no permitió entender el final.

Lo mismo pasa con los “cómicos” que van al cine y no paran de hacer bromas y reírse a carcajadas de sus propias estupideces. Son colegas de los tipos que ven las películas en Karaoke y tienen que explicarle a quien les acompaña porqué pasa lo que pasa y probablemente lo que va a pasar. Seguro son parientes de los que hablan por celular o viven mandando mensajes en medio de la función: Son tan egocéntricos que creen que la películas es para ellos, como si la entrada que compraron tuviera una leyenda especial que dice: “Entrada VNP” –Entrada para persona muy ruidosa.-

O el extraño hábito de oírse a sí mismos y a nadie más llega a extremos increíbles. Hay gente que va a conciertos en lugares pequeños y no para de hablar mientras el o la cantante intenta ganarle con el amplificador a esa persona que no entiende que la gente está allí para otra cosa diferente de escuchar sus aventuras semanales.

Supongo que esto forma parte de la misma irracionalidad de llevar grupos musicales a los centros comerciales. Es tanto el ruido de la gente que nadie escucha a los pobres músicos o, por el contrario, la amplificación es tan salvaje y la acústica tan horrible que no se entienda la música.

La necesidad de más volumen pareciera tener su cima en el cine. Independientemente de si hay un espectador o 300, la película corre a todo volumen y eso realmente lastima los oídos. Cuando la sala está llena de gente es lógico que el volumen sea más alto porque los cuerpos tienden a absorber el sonido, pero cuando legan 15 tipos ¿para qué darle duro a la perilla?

¿SU DIOS ES SORDO?

Eso sí, hay una categoría aparte que es la de las iglesias. He aquí que sin importar la denominación, el tipo de culto o su duración; podemos tener la certeza que su Dios es sordo. Así de categórico: no escucha nada. Solamente se le logra llegar amplificando a todo lo que da el equipo de sonido y con un “pastor” gritando como poseído… porque sin histeria no hay paraíso. Y a 100 metros de distancia podemos dar testimonio de ello.

Todavía me acuerdo de cuando era niño y podía escuchar desde Sabana Sur las gallinas de una casa grandísima que hacía esquina entre Sabana Norte y Oeste. Para salir a tomar el bus, solo tenía que escuchar a la chiva (diésel) de Sabana Estadio acercarse por Canal 7 (a 300 metros de la casa). Hoy en Sabana Sur apenas y se puede vivir con las ventanas cerradas.

Supongo que en algún momento nos volvimos una sociedad tan egocéntrica que necesita llamar la atención haciendo ruido y no permitiendo pensar a los demás. Quizás se trata de vivir a todo volumen para que nadie nos escuche realmente.

Post Data: Los ecualizadores se usan para nivelar o corregir el sonido cuando hay problemas en una grabación. Esto quiere decir que la persona que va a usar un ecualizador debe tener un oído bastante afinado. De lo contrario todos los niveles del ecualizador deben estar en cero. Es como aprender a comer sin sal, pero educa al oído a escuchar mejor.

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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