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Las tiendas destilan colores navideños por todos lados, pero en el pasillo de las niñas de las jugueterías el color predominante es rosado kitsch. Muñecas rosadas, maquillaje rosado, celulares rosados, juegos para aprender a ser señorita… rosada y otras yerbas (rosadas) que deben ser recetadas a una futura mujercita.

En medio de ese marco esplendoroso hace su entrada triunfal la muñeca de plástico cuyas medidas corporales desafían la fisiología humana, pero materializan la aspiración hiperrealista de la sociedad capitalista.

Modelo a seguir para quienes tienen la autoestima por el suelo, Barbie nos enseña las posibilidades de la anorexia, la bulimia, la cirugía plástica, las dietas brutales y las interminables sesiones de ejercicio en el “Gym” con el “personal trainner”, todas juntas y materializadas en una figura ideal.

A lo largo de los años la rubia de ojos azules ha ocupado puestos de verdadero liderazgo femenino. Ha sido novia, cumpleañera, cocinera, deportista, cantante de rock y chica de playa.

Sin embargo nunca he visto una Barbie comunista, prostituta, cabeza de hogar, ama de casa frustrada, violada, feminista, discriminada, universitaria, militar, científica, bailadora de cumbia, programadora de sistemas o que ocupe un lugar en esos espacios de la vida real en los que las mujeres parecieran no ser tan felices como en el mundo de cartón y papel celofán.

Las Barbies de carne y hueso que todos los días caminan impunemente por las calles se matan en el gimnasio, comen lo que deben y son tan light como las circunstancias lo permiten.

Aunque a Barbie le han llovido todas las críticas posibles, lo cierto es que no aprende. Sigue siendo el combustible para que muchas niñas sueñen con ser modelos. Ese sueño irá creciendo de forma conciente y consistente: Al inicio será la ropa, luego vendrán las quejas por no ser tan linda, a los quince pedirán las tetas en lugar de la fiesta y para cerrar renunciarán a pensar con tal de ser reconocidas por su físico, su sonrisa y su mirada tierna.

La obsesión hiperrealista por la figura mata al ser humano y lo convierte en un objeto, en una muñeca: linda, atractiva, superficial, artificial y ducha en la construcción de un mundo material semiperfecto en el que solo cabe el tener, ya no importa el ser.

¿Pero cómo sería la vida de Barbie si un día va por Hatillo y le rompen el vidrio del Land Cruiser para robarle la cartera? ¿Cómo hará para vivir sin el celular diseñado por Dolce Gabbana? Y ¿Se podrá vivir sin tarjetas? ¿Cómo será la vida cuando, desprotegida, nadie pare para ayudarla a pesar de sus tetas, culo, cintura y sonrisa? Además de “estúpido” o “loser” ¿Qué otra cosa le gritaría al ladrón?

¿Qué pasará el día en que Barbie se encuentre con la realidad? ¿Necesitará barbitúricos?

Rubén Blades se convirtió en profeta cuando compuso “Plástico”.

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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