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Primero circuló por WhatsApp, luego por Facebook, youtube y Facebook para finalmente convertirse en noticia. La llamada de una señora mayor al servicio al cliente de Tigo se convirtió en tema de conversación e imitación, mientras en la Asamblea Legislativa diputados y diputadas miraban para otro costado con la reforma al régimen de pensiones del Poder Judicial.

A pesar de lo banal que puede parecer el tema de la llamada, estamos frente a síntomas de una sociedad emocionalmente desarmada. Un grupo de personas disociadas de la realidad que solo se vinculan a través del morbo de una comunicación ajena.

UN DÍA DE FURIA

¿Qué hace que nos salgamos de las casillas de esa manera? ¿Cuánta frustración se acumula a lo largo de los días para reventar de esa manera? ¿Qué expectativas tenemos de la vida para saltar como un fusible?

Más allá de cualquier valoración que uno pueda hacer de la llamada, era evidente que la señora estaba cargada. Quizás harta de esperar una solución que nunca llega. O tal vez impotente por el tema del trabajo. Y si uno depende de Internet para trabajar, realmente puede sentir que se acaba el mundo.

Del otro lado una persona obligada a aguantar y a seguir un protocolo que es frustrante para cualquier cliente. Antes que su problema, deme sus datos. Antes que lo que la agobia, juegue con mis reglas. Una persona que viene caliente, solo necesita dos preguntas de esas para arrancar sin gasolina.

Luego quince minutos de aguante estoico por parte del operador que debe escuchar argumentos cínicos que no ayudan a resolver nada, pero que probablemente hacen sentir a la pobre señora como un ser superior. Y es que el otro es una voz anónima que representa a una empresa que no tiene rostro, que no tiene sentimientos. Es una empresa que solo se comunica para cobrar y para hacer ofertas de paquetes de canales. ¿Cómo no entrar caliente a la llamada si la alternativa es ir a meterse a una oficina a hacer fila para que lo atiendan?

La conversación sube y baja de tono hasta que termina abruptamente cuando la señora se convence que su enojo no modifica nada.

Entonces, alguien filtra el audio y corre como ceniza del Turrialba empujada por los vientos del verano.

#TODOS SOMOS LA SEÑORA DE TIGO

Fue el hashtag más ingenioso que me encontré dentro del montón de bromas que aparecieron. Sobre todo porque es la expresión inconsciente de nuestra poca asertividad, de cuán volubles somos y de cómo vivimos de expectativas que tienen que ver con las fantasías de servicio al cliente de otras latitudes. Algo así como “yo envidio a los clientes de Europa, las velocidades que ellos tienen. Es mil veces más fea mi tierra, con su ICE, su TIGO y sus rollos “.

Menos de 24 horas después de la aparición del audio de la conversación, Facebook estaba poblado de chistes sobre el tema. Ni qué decir de la exclusiva de un medio de comunicación que habló, abogado mediante, con la señora en cuestión.

Y es que nosotros no somos como ella. Nosotros no somos histéricos. Nosotros no gritamos. No somos violentos… ¡No, si es vara!

Somos violentos cuando usamos las redes sociales, somos crueles cuando acusamos en un post, somos despiadados en la forma en que tratamos a cualquiera del “patineta set” que hace algo fuera de lo común. No tenemos reparos en calificar de corrupto a cualquiera que esté en la función pública. ¡No, qué va! Si somos un monumento a la tolerancia.

En nuestro precioso interior tenemos el sadismo suficiente para escuchar la conversación, compartirla y hacer el meme respectivo; pero no somos capaces de preguntarnos cómo esa conversación se hizo pública.

VÁMONOS A PENALES

Quien haya filtrado ese audio cometió un delito penal. Es una conversación privada entre dos partes, una de las cuales decide que debe grabarla por “control de calidad”. Si esa parte no aseguró el contenido de la charla y ésta salió de su control, dudo que haya fuerza en este mundo que lo salve de lo que se le viene encima.

Por otro lado, cuando se hacen estas llamadas el cliente no tiene la posibilidad de negarse a que su llamada sea grabada porque de lo contrario no va a ser atendido y, por ende, su caso no va a ser resuelto.

Más grave aún es que quien puso a circular la llamada dejó que se escucharan los datos personales de la cliente. Hoy, esa persona está recibiendo llamadas en su casa de gente que solo quiere molestar. El daño emocional y moral que se le esta produciendo va a fijar un récord nacional cuando se dicte sentencia.

Para ponerle la cereza al pastel Tigo tiene los reflejos de un oso perezoso y no ha respondido con la velocidad y contundencia que se requiere en una crisis de relaciones públicas. Seguro tiene una conexión lenta entre la realidad y su percepción del entorno.

Y, así las cosas, la señora histérica y mal humorada está a las puertas de ganarse la lotería como recompensa por haber sido expuesta a nuestra morbosidad.

RECONOZCÁMONOS EN LA SEÑORA

Si queremos cambiar para mejor, veámonos en este desafortunado incidente. Así manejamos, así tratan a muchos dependientes de tiendas las mamás que llevan a la empleada al mall para que les carguen al güila; porque ese es el estilo abusivo de algunas empresas con sus empleados; porque compramos un estilo de vida que no se lleva con nuestras posibilidades materiales, culturales e intelectuales.

Aprendamos a tratarnos mejor.

 

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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