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A manera de desahogo

Me confieso hastiado por la autoproclamación de supremacía moral y religiosa de algunos compatriotas que se creen únicos y verdaderos intérpretes de la fe. Parece que solo algunos o algunas tienen derecho a hablar de Dios en los términos que estimen válidos. Viéndonos por encima del hombro estos Torquemadas digitales se atreven a señalar nuestros pecados políticos, morales, económicos y del buen vestir.

Para quien suscribe la fe es una relación personal con la fuerza superior en la que se cree. No importa si es Dios, Buda, Alá o el Universo. El tema es que la fe es una convicción que se respeta y no se impone. Eso corre para ambos lados del mostrador.

Las generalizaciones sobre fanatismo, ignorancia, ateísmo, fundamentalismo, laicismo y cuanto descalificativo pueda haber, no son más que eso: descalificaciones que no representan la forma de pensar de toda una colectividad. Son, cuando mucho, la forma de conducirse de los atacantes anónimos que sobran en las redes digitales.

En ese sentido, cada religión tiene su sistema de creencias que es válido en el tanto no niegue a las otras religiones. Tampoco puede entorpecer el normal discurrir de la vida de las demás personas. Así, la fe se debe ejercer con respeto sin importar si somos mayoría o minoría.

Cuando la fe se basa en el odio

Muchas denominaciones religiosas se basan en el odio y en la negación del otro para afirmarse. Tener un enemigo es el elemento de cohesión que necesita cualquier forma de dominación. El miedo a la amenaza que representa la diferencia primero paraliza y luego moviliza a la feligresía para vencer hasta el demonio más pintado.

El Estado Islámico, sin ir más lejos, impone en nombre de Alá una interpretación sesgada del Corán y mata a aquel que se oponga. Al Qaeda estrelló cuatro aviones en el nombre de Dios para enseñar a los infieles cuál dios manda.

La persecución de los sacerdotes en Medio Oriente donde hay poblaciones católicas es grave. Ellos también son enemigos que deben morir por promover a un dios que no es el correcto. Por eso se asesina a la minoría cristiana en regiones tomadas por integristas religiosos.

Pero con un esquema de razonamiento parecido, un sector minoritario de la población costarricense se autoproclamó conciencia moral de nuestra sociedad. Se atribuye la autoridad de decirnos cuál es la voluntad de Dios. Con línea directa al Creador, incitan al odio, descalifican y reparten entradas al infierno como volantes en una esquina. Gays, mujeres y aquellos que “viven en pecado” lejos de la familia tradicional pasarán la eternidad ardiendo.

¿Quién les dio la autoridad de juzgar? ¿Quién les hizo intérpretes únicos de las escrituras? ¿Alcanza con lo que “se les dice” en sueños?

Las personas tenemos derecho a disentir sin ser señaladas, condenadas y amenazadas. La “familia tradicional” no es una constante en la especie humana. Sino que lo digan los antropólogos que han estudiado la evolución y la forma de organizarnos a través de milenios. Y la homosexualidad está más que comprobado que no es una enfermedad.

Las cosas son diferentes

Sin embargo, la mayoría de las familias de este país están encabezadas por mujeres. El 43% de los matrimonios dura menos de 10 años (1).  Desde 2009 a la fecha, en promedio se divorcia una proporción que equivale al 40% de las personas que se casan el mismo año (2). El 65% son mujeres divorciadas y de ellas el 76% son jefas de hogar con hijos (3). Ahora sí: ¿Cuál familia tradicional?

La otra amenaza son los y las homosexuales. Ese colectivo representaba en 2013 el 2,4% de la población (4) según la Caja Costarricense del Seguro Social. Y para que tengamos una idea está dentro del promedio comparado con países que han hecho relevamientos al respecto. Entonces hablar de restaurar gays es una falta de respeto.

Ahora resulta que el problema es el “matrimonio gay”. Desde hace muchos años se ha tratado de consensuar un proyecto de ley que permita a las personas del mismo sexo tener uniones que generen derechos. Diputados evangélicos y de otros partidos no han permitido ni que se de la discusión ni que se apruebe el proyecto.

Cuando estos verdaderos fundamentalistas religiosos cerraron las puertas del diálogo se abrieron las del derecho. Por eso la opinión consultiva a la CIDH. Si estos intolerantes  a sueldo (porque nosotros les pagamos el salario) no le hubieran puesto candado a la ventana para no ver la realidad, probablemente hoy no tendríamos discusiones como esta. Pero es más fácil echarle la culpa al gobierno o al PAC que reconocer que por su obsecuencia Costa Rica está profundamente dividida.

No importa. A los gritos nos entendemos

Satanás, belcebú, el demonio, el diablo, lucifer o, en términos más generales, el enemigo; nos acecha. Acorrala con el pecado. La homosexualidad es tan pecaminosa como la mujer que nos tienta con sus ropas provocadoras. Solo la mujer provoca tentación, excepción hecha de Chayanne y Ricky Martin. Al mismo nivel de la mujer adúltera está el porno y la droga. En todo esto el varón es víctima de las circunstancias, la mujer no. Ella es heredera de Eva.

Las iglesias karaoke que abundan en ciertos barrios nos imponen a los gritos su fe. Equipos de sonido que valen millonadas son las trompetas divinas que invocan a la guerra contra el demonio, solicitudes de milagros e insultos para el que no piensa como ellos. ¿Eso no es irrespetar a quienes profesamos otra fe enrostrándonos a todo volumen sus creencias?

Quizás su dios sea sordo o satanás necesite que le hablen golpeado, pero los demás merecemos respeto. Cuando se reclama ese respeto aparece un diputado que se encarama en el Monumento Nacional a pedir por la libertad de culto. Pero eso no es vandalizar.

Así mismo, no vamos tocando puertas para convertir gente al catolicismo por eso se espera la misma consideración de otras religiones. Siendo la fe un tema personal, se presume que es uno quien busca crecer en la fe conociendo otras religiones. Nadie pide que se la manden exprés.

Cuando me toca leer aberraciones en contra de mi fe, como que la Virgen María es un demonio ¿Quién pone límite al insulto? O ¿Debo tolerar la discriminación y el odio porque a alguien se le olvidó aquello de “amaos los unos a los otros como yo os he amado”?

Del Estado laico y otros demonios

Mi fe no es ni más importante ni mejor que la de los demás. Y eso corre en ambas vías. Por eso es importante un Estado laico que le de espacio a todas las creencias siempre y cuando respeten a las demás sin pretender ser verdades absolutas. Necesitamos la seguridad que nuestras creencias van a ser respetadas, sin importar si somos católicos, judíos, ateos, musulmanes o protestantes.

Pero más importante aún necesitamos que el Estado garantice que ninguna religión se imponga sobre otras denigrándolas. Sin embargo, parece que quienes pensamos así somos enemigos que queremos borrar la religión de Costa Rica.

Darle espacio a todas las denominaciones para expresarse sin que una tenga preferencia sobre las otras es un acto de justicia. Los católicos podemos ser mayoría, pero eso no nos da derecho a imponernos sobre las demás creencias. Igualmente, los neopentecostales están en la obligación de respetarnos y de respetar la ley. No son entes moralmente superiores que vienen a iluminar a gente que no lo necesita.

En ese respecto, hacer a un lado los mesianismos y las verdades absolutas colaboran con un clima de tolerancia necesaria. Es nuestra obligación comprender al otro, darle espacio y no juzgarle. Y el otro debe hacer otro tanto sin ensuciar la fe ajena.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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