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La noche empezaba a hacerse día confirmando el peor de sus temores: el mundo no se había detenido, la vida continuaba como sino importara la catástrofe emocional que vivía. “¿Es que a nadie le importa?” se preguntaba con desconsuelo el corazón doliente.

Había tratado de conciliar el sueño pero el vértigo del día anterior con sus altos y sus bajos le hacían latir de forma desigual. A ratos latía con tranquilidad, en otros como si se tratara de un motor V8. Cuando lograba apaciguar los sentimientos y descansar por un instante le asaltaba una emoción, un recuerdo o la idea de algo que pudo ser y no fue.

Para consolarse intentaba verle el lado positivo a lo sucedido. Sabía que ahora no estaba solo, que muchos corazones latían de la misma manera. Pero a renglón seguido venía una respuesta implacable cargada de la rabia que produce la injusticia: “pero pudimos haber sido más si quienes hablan por alto parlante y los que tienen plata hubieran respetado las reglas y no hubieran mentido” Cuando la cosa parece calmarse vuelve el reflujo de la indignación “¿Y los mensajes amenazantes del corazón oscuro?” se pregunta con frustración.

Recuerda como se amedrentaron corazones para que no decidieran libremente.

El corazón se infla y siente que va a estallar de la rabia y trata de encontrarle sentido a los llamados a la reconciliación y el respeto. Pero “¿Cómo reconciliarse con quien ha insultado, le ha marginado, le ha convertido en enemigo y hasta le ha amenazado?” Todo eso le provoca ganas de vomitar y de tomar Alka Seltzer aunque no haya una presentación para corazones.

El día aclara y la amenaza del reloj despertador sigue patente. Trata de pensar en otra cosa, de buscar imágenes felices, pero este es un momento para llorar.

Intenta pensar en que la cosa no va a ser tan grave, que quizás todo adquirió una proporción exagerada. Justo cuando parece que en su mente hay paz le asalta la imagen de la celebración de algunos corazones que se regodean en el dolor ajeno. En realidad no le molesta lo que hacen los corazones que sienten de una manera diferente a la de él, sino ver a los que sí tienen razones para celebrar porque sabe lo que hay detrás de eso.

Piensa entonces que después de todo el hecho de que muchos corazones hayan pensado y sentido por sí mismos ya es un gran avance. Vuelve la duda, pero esta vez en forma de documento escrito, de manual de miedo. Y vuelven las preguntas: “¿Qué habría pasado si las cornetas no hubieran mentido tanto, sino hubieran violado la ley, sino se hubiera amenazado a tantos corazones, si la cancha estuviera igual para todos?”. El corazón lánguido sabe que son preguntas tan válidas como estériles.

“¿Ahora qué?” se pregunta en medio de un remolino de sentimientos. ¿Responder con la misma rabia y bajeza con la que su latir fue sancionado? ¿Golpear, patear, escupir?

Ya casi es hora de levantarse para ir a trabajar (porque hay que seguir ganándose la vida, aunque otros corazones digan que se la ganan y no lo hagan). La mañana está triste, pareciera que aunque el mundo no se detuvo tomó nota de lo sucedido y eso le da fuerzas al corazón.

De repente empieza a entender que él también ganó. Que a pesar de las injusticias hay algo que no le pudieron arrebatar: su dignidad y las ganas de seguir trabajando por un mundo más justo que no se rija por la ley de la selva.

Siente ganas de reír porque recuerda cómo en medio de la soledad a la que le sometieron por los altoparlantes, un día se sintió acompañado cuando su vecina salió a la calle con un cartel en el que decía lo que pensaba. Recuerda cómo sus vecinos pensaban diferente a como les decían que tenían que pensar.

De repente sabe que el gamonal campea impune, pero que tiene miedo porque sabe que solamente por la fuerza puede torcer voluntades.

Tiene esperanza porque siente que hay venas que lo unen más allá de su propio cuerpo, está en contacto con otros corazones. Ahora siente el dolor propio y el ajeno y eso lo hace más corazón.

No importa que hayan robado su nombre, no importa lo que hayan dicho de él porque por encima de todo eso sigue siendo un corazón libre. Esa libertad, esa capacidad de tomar sus propias decisiones no se la va a arrancar nadie.

El futuro solamente tiene una certeza y es la incertidumbre y eso corre para todos los corazones. Nada está escrito en piedra, nada es para siempre. Ahora el corazón debe aprender a vivir con su libertad y la responsabilidad que deviene de ella en un mundo incierto. Es un equilibrio difícil, pero esa es la vida.

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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