La noche estaba estrellada. El viento no había dejado vapor alguno en el aire y las estrellas se podían ver con más claridad de la normal. De no ser porque hacía un frío terrible, los novios quizás se habrían quedado charlando en el parque, pero el clima y el hambre se impusieron a la fuerza.
A dos cuadras de la casa de la chica estaba el restaurante chino. Responde al nombre del Chin Pan Tze y venden un medio 12 que es de muerte lenta. La decoración es bastante estándar: mesas de madera con sobre de vidrio, mantel rojo, paredes tapizadas con motivos “chinos”, cuadros alegóricos y dos televisores de 32 pulgadas ubicados estratégicamente a ambos lados del salón. En los laterales están las mesas con asientos compartidos, que aunque limitan con los vecinos de atrás, por su altura dan cierta intimidad a las conversaciones.
La costumbre es pedir para llevar, ir a la casa de la güila, ver la novela y con eso marcar tranquilos. Sin embargo, esa noche se hacía necesario estar fuera de la casa porque el tema del que se iba a hablar no debía ser oído por más nadie que los mismos novios.
Luego de cruzar la puerta se topan con Ramón, el salonero que siempre los atiende. “¿Cómo están los noviecillos? ¿Vienen a celebrar el día del amor y la amistad?” pregunta como si se tratara de un comercial de televisión. Un “Bien” a secas le toca por respuesta. Ahora la mirada de los chicos se dirige a algún lugar íntimo. La premiada fue la mesa 14, justo a la derecha del salón. En la trece no hay nadie y los de la 15 se vienen levantando. “Perfecto” piensa la chica.
“¿Ahí?” pregunta ella esperando que el diga sí. “¿Ah?” responde el galán que se ha distraído viendo Boca – Independiente en Fox Sports. “¿Qué si ahí?” “Sí, sí, claro. Donde a vos te guste.”
Llegaron a la mesa, ella se sentó de espaldas al televisor, mientras que él se sentó de frente a ella y de reojo al aparato. Sin darles mucho tiempo para acomodarse, Ramón llega con los menús y una rosa “para la damita”. Ni los abren. Dos medios 12, dos té frío (uno light para la chiquilla que es la que se cuida) y un “muchas gracias” por las flores.
La chica pone primera “Bueno, ¿Entonces qué hacemos?” Como quien dice a lo que vinimos. “No seás huevón, cómo te vas a perder ese tiro, si estabas solo frente al arco. Hay que ser perra. Pero ni aquí jugamos tan mal”. Responde el chico, mientras se da cuenta de la estupidez que acaba de cometer.
Susurrando con la voz, pero gritando con los ojos ella le recuerda para qué están ahí: “¿Podrías ponerme atención? Es tu hijo el que voy a tener.” Ahora el muchacho siente como si le hubiera caído uno de esos baldes de hielo que le tiran a los entrenadores de fútbol americano. “Disculpá, es que da cólera que jueguen tan mal con lo bien que les pagan”. “Sí, como de por sí sos vos el que les paga el salario…” remata a quemarropa la estudiante de quinto año. “Jueputa humorcito te tenés hoy”.
La verdad ¿Cómo no va a estar así? Tiene dos semanas de retraso, el chico se había perdido desde que le dijo que tenía una semana, costó un mundo que viniera a hablar y todavía se hace el estúpido viendo el partido. Lo peor del caso es que ella le pidió que usara condón mientras podía empezar a usar pastillas, pero el tipo le dijo que no iba a pasar nada. (N del A: ¡Pecadito!)
La chica sabe que está jodida por todos lados. Si realmente está embarazada se acaba el cuento de que es virgen, la familia se le viene encima, la sacan del colegio y, si le va bien, va a tener que aguantarse a su madre reclamándole durante todo el embarazo. Eso si le va bien.
“¡Uuuuuuuyyyyyyyyyyy!” Casi hace gol Boca. Golpe en la mesa, lamento, manos a la cabeza en señal de resignación y fuerte emoción. La mirada se levanta en busca de alguien que comparta el sentimiento, pero en su lugar se encuentra dos ojos mirando fijo como diciendo: “¿Podrías ser un poco más estúpido?”
Breve silencio y la respuesta: “No se”. Silencio nuevamente. “¿Cómo que no sabés?” “¡Diay no!” “¿Qué vamos a hacer? Habrá que esperar a ver cómo salís.” De todas las frases idiotas que pudo haber dicho, esa era la del Óscar. En realidad lo dijo porque estaba pensando en que Boca no tenía buena salida una vez que recuperaba la pelota.
“¿Cómo que cómo salgo?” “¡Seguro que estoy sola en esto! Con razón hace una semana que no venís a verme, porque este es mi problema ¿Verdad?”.
El galán se recuesta en el asiento tratando de mostrar confianza, cuando en realidad quiere alejarse de la que antes era su novia y ahora es una leona herida buscando la sangre de la solidaridad para sostenerse mientras se cura.
Termina el primer tiempo. “¿Qué decirle a una carajilla tan enojada?” se pregunta el muñeco que esa noche llegó con las mejores galas para sacar a la chiquilla a pasear y calmarla un poco. Camiseta blanca. Pantalón a medio tobillo, gorra de medio lado, jacket muy grande, cadenas de oro y anteojos oscuros de marca. El día en que el himno de un mundial sea un rap, ya sabemos quien lo va a escribir.
“Nadie me tiene metiéndome con una güila de 17” se dice este mamulón de 19. Entonces pone cara de pensativo y cuando ya tiene la respuesta un par de tetas que salen en un comercial de la tele desvían el razonamiento al tiro de esquina. Ahora a armar la jugada de nuevo.
Rápidamente pone cara de gravedad, casi de póquer. Entonces la mira fijamente y le dice. “Yo se que me porté como un tonto, pero lo que pasa es que también me asusté. Como me llamaste tan alterada para decírmelo me sentí como si fuera culpa mía.” Ahora la pelota está del otro lado de la cancha, la chica se empieza a sentir culpable y es el momento de rematar, pero justo en ese instante aparece el anuncio del “súper estomach rubber plus” “¿Viste que vacilón ese aparato? Bajás la panza en dos semanas”.
Autogol.
“¿Ya se me nota?” responde la chica con lágrimas en los ojos. “No, jamás. Lo decía porque quería comprarme uno a ver si yo bajaba de peso. Vos nada que ver, sos toda una guapura.” Ahora ambos respiran.
Empieza el segundo tiempo. “¿Me querés?” pregunta legítimamente ella. “Claro” responde automáticamente él. “Si estoy embarazada ¿Te vas a hacer cargo?” Pregunta inteligentemente ella. “Claro” responde automáticamente él. “¿Nos podríamos ir a vivir a tu casa? Es que en la mía las cosas se van a poner muy feas cuando mi mamá se entere.” Cuestiona con agudeza la chica de los ojos color caramelo. “Claro” responde automáticamente él. “Yo quisiera terminar el cole con todo y panza para que después pueda empezar a trabajar. Entonces ¿Podrías conseguirte otro trabajo para poder mantenernos?” Por cuarta vez, “Claro”.
Las estadísticas del segundo tiempo marcan cuatro embarcadas a favor de la chica, igual número de razonamientos inteligentes y una clara sensación de tranquilidad. En cambio, para el muchacho la pizarra marca cuatro distracciones fatales por estar viendo el partido, cero respuestas pensadas y un futuro en capilla ardiente.
Llega la comida. Ahora ella tiene ganas de entrarle al arroz, porque parece que el macho se hará cargo de la hembra y sus crías. Él asume que es el entretiempo de la conversación y se dedica a comer y ver el partido.
Mientras comen, se dan cuenta de la fecha y que a su alrededor hay gran cantidad de parejas con cara de felicidad festejando el 14 de febrero. Hay caras de estupidez, caras de «estoy enamorado de tí» (en telenovelesco) y gente que se agarra las manos y se ve a los ojos como tratando de decirse «te quiero» en una forma que antes que honesta se antoja espectacular. Mientras, ellos no saben si festejar o sentarse a llorar.
Sin que medie palabra le dan una tregua al tema del embarazo y él aprovecha para decirle cuánto la quiere, lo especial que es ella y cuánto la necesita. Sin quererlo vuelve sobre sus pasos y le hace saber que es por eso que va a hacer lo que sea necesario para que ella aborte, porque no quiere que ambos se arruinen la vida siendo tan jóvenes. Sí es necesario, trabajará más para poder hacerse cargo de la situación y de esa manera asegurarse que ella no tenga que salirse del colegio.
Si esto fuera un partido de béisbol, el tipo la puso en órbita. La chica no sale de su incredulidad. Abre la boca en pose telenovelesca de “no lo puedo creer”. Él la vuelve a ver como diciendo “¿Qué hice?”. Tendrá 17 años, un cuerpo que se para el sol a verla y algunas actitudes de carajilla, pero de estúpida no tiene un pelo.
Amaga con levantarse de la mesa. Él le pide que se siente, mientras hace la seña de que le traigan la cuenta. La chica está de pie junto a la 14, esperando que él se levante para ir a dejarla a la casa. Pobre chico no sabe reaccionar. Ella arranca rumbo al baño para dejar de hacer el ridículo frente a quienes ya vuelven a ver. Llega la cuenta y el galán decide que le toca pagar: es el día de los enamorados y la chica está enojada, quizás ahora entienda que él sí la quiere.
En ese momento aparece la joven. “¿Nos vamos?” “Sí”. Otra muestra de amor, el partido no ha terminado y él lo deja para seguirla.
Hace un frío de los de verdad. Las dos cuadras se van a paso militar. Ella abre la puerta de metal, cierra la puerta con llave, abre la puerta de la casa y entra. Afuera ha quedado un rapero blanco frustrado esperando una despedida apropiada. Todavía no entiende qué pasó.
Se decide y toca el timbre. Abre la chica que no quiere que en la casa haya sospechas de conflicto. “Es Yéison que se olvidó algo” grita hacia adentro tratando de bajarle la tensión a la cosa. “¿Qué quiere?” “Diay ¿No te vas a despedir, mi amor?” “Feliz Día de los Enamorados ¡Cabrón!” y cerró la puerta.
Desde entonces no se volvieron a ver. El embarazo resultó ser una falsa alarma y una gran lección sobre el amor, la lealtad, la dignidad y la incomodidad que resultan ser los televisores cuando uno quiere hablar con alguien… además sobre la necesidad de usar condón siempre, aún en el Día de los Enamorados.
Originalmente publicado en RedCultura.com