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El que se ha dado a llamar como electorado progre, sea por convicción, sea por estigma; empieza a mostrar diferencias con el presidente Carlos Alvarado. Las expectativas de este electorado luego de la victoria aplastante de abril parecen no sentirse correspondidas. Postergar la discusión del aborto impune, el reproche por la integración de la Comisión de Notables o la negociación con los taxistas abrió vías de agua en la barca presidencial.

El presidente intenta moverse con prudencia a sabiendas de que es rehén del tema fiscal. La configuración de la Asamblea Legislativa le impide maniobrar con tranquilidad. Piza no conduce la fracción de la Unidad, el PAC ha caído en discusiones inútiles con Restauración Nacional, mientras Liberación se divierte a la distancia.

Carlos Alvarado tampoco ayuda. No comunica bien y el electorado progresista tampoco sabe leerlo. La estrategia de comunicación del gobierno es institucional, no política. No educa, no crea condiciones subjetivas y, por el contrario, evita hacer olas para no descarrilar el ornitorrinco fiscal que espera salga antes de septiembre.

Necesidad de liderazgo

Efectivamente la gente no le dio un cheque en blanco al presidente. Pero el electorado que lo eligió lo puso a cogobernar con un legislativo cuyas crónicas diarias se parecen más a un capítulo de los Tres Chiflados que a un parlamento donde se discuten cosas relevantes para el país. Así que hay que hacerse cargo de cómo se votó.

Dicho lo anterior, el electorado más progresista parece reclamar acciones que demuestren liderazgo. Sin embargo, la sola presencia del presidente en la marcha del Orgullo desató las pasiones en el Zapote de Cuesta de Moras. El presidente replicó con una declaración desafortunada sobre el aborto terapéutico que sonó a traición.

Sin embargo, es difícil calzar con la agenda progresista cuando esta tiene una orientación de clase muy particular. El progresismo tico favorece a Uber que claramente es ilegal. Ser progre es empujar por el matrimonio igualitario, el aborto y hasta la reforma fiscal. También da para las bicicletas, el tren y la movilidad eléctrica. Pero no da para la solidaridad social. Su agenda no hace énfasis en la desigualdad e inequidad económicas. Tampoco el progresismo tuitero empuja por la reactivación económica de un país que está postrado desde hace años. Solo da para un enfrentar a los troles religiosos.

De ahí la importancia del liderazgo presidencial. Desarrollar un discurso pedagógico en lo político ayudaría a que estos sectores que se sienten empoderados, y al mismo tiempo desesperados, comprendan que la realidad impone límites. De la misma manera, es imperativo que mida cada una de las palabras que dice. La gente necesita entender claramente que no hay claudicaciones y que la advertencia también va para la otra acera.

El progresismo es una parte de la sociedad, no toda

Desde el primero de abril el enfrentamiento digital entre conservadores y progres se ha vuelto insoportable. Ambos sectores se sienten la mayoría moral de la nación al tiempo que se victimizan. Incapaces de reconocerse en el otro, estos bandos han entrado en un ostracismo discursivo que pretende ignorar la existencia del otro y reclamar acciones afirmativas del gobierno que se conviertan en una legitimación de sus posturas como verdades indiscutibles.

El electorado joven y “progre” ayudó a la elección de Carlos Alvarado, pero no fue toda la coalición que lo escogió. Esa precisión es importante para comprender el peso relativo que se tiene en una relación política.

Si el llamado progresismo no se da cuenta que una elección no cambia todo, sino una parte de la planilla; puede terminar arruinando la única opción que tiene este país de no caer en manos de un califato evangélico. Los cambios se construyen poco a poco. Si bien es cierto el gobierno ha cometido errores políticos, también es necesario tratar de leer más allá de esos errores.

Por otro lado, el exceso de “influencers” como voceros de lo progresista genera ruido. Una plataforma que supo ser horizontal, ahora es dispersa y desarticulada. Sin un acuerdo de mínimos entre el sector y vasos comunicantes con el gobierno la fractura será inevitable.

El gobierno necesita urgentemente del apoyo del progresismo porque es la fuerza que dobla la apuesta al conservadurismo, que lo distrae, lo cansa. Perder a esta nueva burguesía joven, significa perder la calle digital. Una opinión pública descontenta dejaría a este gobierno pegado con saliva.

Y si este gobierno queda desprotegido por la gente… que el Señor nos agarre confesados.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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