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Mi primera computadora me la compraron mis padres por ahí de 1986, era una Amiga (Commodore) de 512KB de RAM, unidad de disquete de 1,4 Mb y un procesador de 7Mhz. Además traía tarjeta de sonido y video integrado que era un adelanto descomunal frente a las PC y las Mac. En otras palabras, era “un chuzo”.

El chuzo con el tiempo dejó de serlo porque se volvió incompatible con la dictadura de la PC basada en DOS y más tarde en Windows. Hubo que tomar una decisión: ¿Una PC o una Mac? Con 64 Mhz, 8 Mb de RAM, disco duro, unidad de disco y monitor a color triunfó una PC que en ese entonces costaba la mitad de una Mac.

Hoy, tres computadoras y 5 celulares después en mi casa hay suficiente basura tecnológica como para causar una crisis ecológica de modestas dimensiones con protesta de Al Gore incluida por no haber ido a PriceSmart a dejar el chuncherío que justifica los estantes de una improvisada bodega.

Dentro de los desechos tecnológicos candidatos a desaparecer están una impresora láser que en su momento costó un vagón de plata, la computadora Commodore, dos controladores para juegos (uno que no tiene 6 meses), un par de celulares, dos ratones, teclados, unidades de disco y quién sabe qué más.

Puedo confesarme destructor de los ratones, teclados y controles. De hecho me he llegado a sentir una especie de cromañón tecnológico incapaz de permitir que las cosas duren.

Sin embargo, después de haberme confesado con otros destructores (no se trata de destructores anónimos) empecé a ver cómo ciertos equipos simplemente empezaban a fallar con el tiempo. Es decir, tienen una vida útil limitada.

Cada vez que una computadora queda obsoleta porque ya no “corre” el último programa, el monitor simplemente se quema, el ratón pierde uno de sus botones, un disco duro decide quemarse o el celular simplemente deja de funcionar asistimos a la materialización de una lógica que no necesariamente es la mejor para nosotros ni para la preservación de la vida.

La idea es que nosotros gastemos y gastemos en aparatos que pronto quedarán obsoletos no porque dejen de funcionar, sino porque han sido diseñados para tener una vida corta y efímera de manera de que sean reemplazados pronto.

Eso mantiene viva la industria tecnológica. Sin embargo, mantener viva esa industria puede matar al planeta no solo por la sobreexplotación de recursos sino por la incapacidad que tenemos de reprocesar los desechos que se generan porque los aparatos dejan de funcionar muy pronto o son desactualizados por nuevos programas que hacen al computador inviable.

Probablemente alguien dirá que mucha gente se quedará sin trabajo. En realidad, la industria tecnológica no contrata cantidad, sino calidad de personal, de ahí que lo que se necesita no es seguir haciendo lo mismo más barato, sino reconvertir la forma de hacer tecnología para aumentar la eficiencia de uso.

¿Qué nos queda por hacer?

Quizás lo primero es buscar dónde deshacernos de la basura que ya tenemos partiendo de la premisa de que va a ser reciclada y no tirada por ahí.

El segundo paso es pensar en el impacto de nuestras decisiones de uso y de compras. Así, si voy a comprar una computadora tengo que pensar que debe ser actualizable durante varios años, que no voy a meterle programas que no necesito, ni actualizaciones de programas simplemente por tener la última versión.

El tercer paso es buscar programas que sean compatibles con los que usa la mayoría de la gente. No se trata de usar programas de “marca”, hay programas de código abierto que permiten salvar en los formatos más usados por el común de la gente.

Cuarto. Si algo se descompone pensemos en arreglarlo. Es cierto que hay aparatos que sale más barato comprarlos nuevos que arreglarlos, pero eso quiere decir que tomamos una mala decisión de compra. Siempre preguntemos cuánto cuesta un repuesto clave del producto y dónde hay talleres autorizados.

Finalmente, y no por eso menos importante, analizar cada una de las compras a partir de la resistencia y durabilidad física del producto; además de estar seguros de cuál es el mantenimiento adecuado que prolongará la funcionalidad del aparato.

Que la duración de las cosas sea limitada estimula el espacio para las nuevas creaciones, pero no debe ser una excusa para estimular la cultura del desperdicio.

Este video nos hace reflexionar:

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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