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Eran las siete de la noche y después de la vorágine lo mío allí había terminado. Pero estaba agotado sudé todas las emociones que tenía. Entonces me senté en la recepción junto al teléfono como para tratar de calmarme y dimensionar lo que pasaba. No transcurrió un minuto cuando suena la central: “Monumental, buenas noches” digo, al tiempo que espero que alguien recrimine el atentado. “¡Qué dicha que mataron a ese hijueputa!” y colgó el desgraciado. Ahí me derrumbé ante el odio, ante el desprecio por la vida ajena.

La llamada

Dos horas antes estaba en la casa de unos amigos en Escazú pasando un rato agradable cuando suena el celular. Era el gerente de Monumental, emisora con la que trabajaba. “¡Un sábado a la tarde! ¡Dejame vivir!” pensé.

“¿Quiubo, mae? ¿Cómo vas?” espeté de entrada como para ver si salíamos rápido de lo que fuera. “Mataron a Parmenio” fue la respuesta del otro lado. “¿Cómo? ¿Estás seguro?” ¡No huevón! seguro que te van a llamar para darte esa noticia pensando que es un chingue. “Sí, mae. Mi tata es bombero voluntario, lo confirmaron en la radio. Él me avisó. No llegó al hospital”.

En una fracción de segundos que pasó en cámara lenta; corrieron sentimientos, sensaciones e imágenes asociadas con Parmenio. Primero la impotencia, que cedió ante el enojo, que escaló a la furia más terrible. El cuerpo se estremeció, parecía un volcán queriendo liberar una explosión que borrara la noticia de golpe. Volví en el tiempo a aquella reunión con Parmenio Medina a finales del 2000 y la repasé hasta escuchar aquel infame casét. Salté por los sucesos que desencadenaron esta tragedia y caí en cuenta de lo que iba a pasar en los próximos días.

Terminado ese instante brevísimo e intenso, pude decir algo así como “voy para la radio”. Un lacónico “Ok” llegó del otro lado. Veo a los amigos con quienes estaba reunido esa tarde y suelto la bomba. “¡No mae!” “¿En serio?” Se repite el asombro y la incredulidad. Me despido y salgo tan rápido como la marea de emociones lo permite.

Camino a la radio

Y empieza el coco a funcionar. Primero llamar a la radio y ver quién está en cabina. “Monumental” responden del otro lado “Es Saúl”. Así, cortito y al pie. “Mae, ¿es cierto? La gente está llamando como loca y yo no se qué decir”. “Sí, es cierto. Pero no digás nada. Eso le toca a noticias. Por ahora decís que no sabés”. Silencio tembloroso. “Tranquilo. ¿Quién está de guardia?” “No sé.” me tocó por alentadora respuesta. “Averiguate quién está y cuándo van a salir al aire”.

Los choques entre Parmenio y la emisora habían sido públicos y notorios; así que la situación demandaba una respuesta seria, clara y honesta. Mientras manejaba hacia la Uruca iba pensando en qué decirle a la audiencia. Escribí mentalmente un texto que luego conversé con el Gerente. Él hablaría con noticias para cumplir con la responsabilidad de informar correctamente.

Condenamos el atentado y expresamos solidaridad con la familia. Era la verdad. Tampoco se podían hacer poses histéricas porque la hipocresía no va con la tragedia. Grabamos el comunicado antes de las seis y lo pusimos al aire. Casi al mismo tiempo noticias transmitía lo que había pasado con testimonios desgarradores de la familia.

En el transcurso de una hora empezó a llegar más gente. Nadie tenía la obligación de estar ahí, pero se sentían moralmente convocados por la memoria de Parmenio. Técnicos (entre ellos Cabo López, el primero en trabajar con Parmenio), operadores, periodistas y el nuevo Director de Producción (Chavita) llegaron en carrera para ver cómo se acomodaba la transmisión. Un equipazo lleno de dolor se puso el fardo al hombro y sacaron horas muy oscuras de transmisión adelante.

Pero ¿Cómo llegamos hasta ahí?

A Parmenio Medina lo traté dos veces en la vida nada más. Pero fue suficiente para entender que era una persona con un empuje propio. Tenía un carácter fuerte y una vez decidido, nadie lo movía de la ruta que se había trazado. Desde 1999 le entró al tema de Radio María que era dirigida por el sacerdote Minor Calvo. Él tenía datos de la cantidad de dinero que ingresaban a las arcas de la radio y que no pasaban a las temporalidades de la iglesia. Eso lo tenía muy enojado. Así me lo manifestó a finales del año 2000 en una reunión que tuvimos para ver problemas de programación.

Además de La Patada, Parmenio tenía un espacio en las mañanas para unas radionovelas que él había grabado años atrás. Estábamos retransmitiendo la “Isla de los Hombre Solos” y se estaba pasando varios minutos del tiempo contratado a la radio. El problema era que esos minutos desacomodaban el resto de la programación porque entonces todo el mundo entrega su programa tarde. Cuando se transmite existe un contrato tácito con el oyente de empezar puntual a la hora pactada. De hecho las personas saben qué hora es por el programa que escuchan. Aceptar esa responsabilidad es respetar a la audiencia.

Después de muchas advertencias me cansé y un día le cortamos el final del programa. Entonces pidió una reunión conmigo para tratar el tema. Él me dio sus razones para alargar el programa, yo le dí las mías para cortarlo. Nos entendimos mutuamente y llegamos a un acuerdo en el que ambas partes cedimos.

La Patada y Radio María

Hasta ahí todo bien. Entonces, empezamos a hablar de La Patada y cómo iba el tema de Radio María. Con su voz grave y cargada de enojo expuso su frustración por ver lo que sucedía con las donaciones que recibía la radio. Lo sacaba de las casillas que gente sencilla estuviera donando dinero, joyas y propiedades a la radio, creyendo que eran para la obra de Dios. Lo que pasaba es que esos recursos no entraban a las temporalidades de la iglesia, sino que se registraban a nombre de terceros y eso lo tenía mal.

En una primera reunión a mediados de ese año, junto al Gerente de la Radio, le habíamos expresado nuestra preocupación por el curso que estaba tomando el tema; y, para este segundo encuentro, me habían pedido que le reiterara esas inquietudes. Había preocupación por la solidez de las pruebas, pero también porque había gente incómoda con el asunto.

Obviamente, Parmenio iba a seguir con el tema. Lo único que se podía hacer era regular la intensidad y esa era mi única intención. Personalmente no veía nada de malo en que un periodista denunciara un delito, sin importar quién fuese el autor. Por el contrario, sentía que había que respaldarlo. De ahí que me compré varias broncas dentro de la radio, entre ellas apagar la idea de censurar el programa que tuvo un compañero.

Le hice ver que en la radio había incomodidad. Que inclusive había clientes amenazando con quitar la pauta (probablemente carboneados por alguien) y las llamadas de algún “conocido” manifestando preocupación por la persecución contra un sacerdote. Ahí el me explica que había recibido amenazas y acto seguido saca un casét y me lo da. “Óigalo” me dice grave y con los ojos abiertos detrás de esos vidrios grandes que hacían de marco a su cara.

“Parmenio: A usted lo van a matar”

La puerta estaba cerrada y en la oficina no había más nadie que nosotros dos: un muchacho de treinta y tantos; y un tipo con un colmillo que rayaba el piso cuando caminaba. Lo que narro a continuación es lo que recuerdo de aquel encuentro de hace casi 18 años. No puedo dar fe de que todo lo que se me dijo es cierto, pero acepto que todo lo creí y lo sigo creyendo verdadero.

Le doy “play” al casét y empieza una conversación grabada entre el periodista y el que quizás sea su verdugo. De solo recordarla me estremezco. Una voz de hombre pausada, serena, segura de si misma lo saluda. No pasa mucho tiempo hasta que llega la primera advertencia, Parmenio no se achica y responde como periodista: quiere saber quién y porqué lo amenaza. Eso sí, mantiene la misma ecuanimidad, no se altera, no entra en el juego del presunto sicario.

El colombiano que llama es un profesional. Queda claro que es el intermediario. Usa un tono condescendiente, como queriendo hacerle un favor a su víctima. Le explica con todas las letras que está tocando intereses que están más allá de su comprensión, pero se puede inferir por dónde va el asunto. Le insiste en que deje el tema de Radio María quieto, Parmenio no dice ni sí ni no y nos fuimos al medio tiempo.

Cuando el bigotón para el casét estoy en una pieza, frío como cubito de hielo. Pero finjo que soy muy hombre y que esas cosas no me sorprenden. La expresión me dura dos segundos antes de empezar a caminar en círculos por la oficina.

“¿Usted está consciente de lo que está haciendo Parmenio?” De nuevo yo con las preguntas idiotas. “Esta estafa no puede seguir”, responde tan profundo como su voz. Entonces se me sale el politólogo: “Vea, es la iglesia, seguro es el narco y usted está solo. Cálmese por ahora”. “Miguel Ángel (Rodríguez) me dijo que esto tenía que exponerse”, me responde con contundencia. “¿El mismo al que le armó lío cuando falleció el suegro?” Le respondí yo. Y en ese instante, por primera vez, lo vi dudar. “Parmenio: A usted lo van a matar. Estos van en serio.”

Me voy para Cuba

En ese momento uno se preocupa más por la integridad física del otro, que de cualquier otra cosa. Para mí se había llegado a un límite que era mejor no cruzar. “Mi opinión es que usted tiene que parar ahora y ver qué hace la justicia”. Como si Parmenio no supiera que la justicia no iba a hacer nada. “Ya hablé con Monseñor y me dijo que iba a llamar a Minor a cuentas. Le dije que si no se pasaban esos bienes a las temporalidades iba a sacar más.” Ahí sentí un gran alivio al ver una luz al final del túnel.

Igualmente lo sentencié sacando fuerzas de la nada: “Si a Monseñor no le hacen caso, usted hace tres programas bien separados unos de otros y entierra esta vaina. Nos esperamos a marzo a ver qué pasa.”

“De todos modos yo ya estoy muy cansado. Yo llego hasta setiembre del otro año. Me voy para Cuba porque quiero escribir.” No sé a qué otra persona se le ocurriría retirarse en Cuba, pero sí esa era su decisión mi deseo era que llegara con vida hasta ahí.

Nos despedimos cordialmente recordándonos mutuamente los acuerdos a los que habíamos llegado. Nunca más nos volvimos a ver. En lo más íntimo de mi fuero esperaba que la cosa de Radio María se enderezara. Me preocupaba el mensaje que podría darle a la sociedad la muerte de un periodista. Más aún que mataran a Parmenio Medina.

Informé de lo sucedido a mi superior y ambos esperamos que pasara lo mejor. Al poco tiempo renuncié a la Dirección de Producción y el tema quedó latente pero no tan presente en mi cabeza.

Y se cumplió el plazo

Llegó abril de 2001 y La Patada volvió sobre el tema. Era evidente que los bienes de la radio no pasaron a manos de la iglesia. Se vino con todo a tratar de cerrar el asunto en dos o tres emisiones. En la radio se empezó a evaluar la posibilidad de no transmitir el programa. Lo primero que hicieron fue grabar una advertencia al oyente diciendo que la radio no estaba de acuerdo con el contenido y que no lo suscribía. Al mismo tiempo, la radio le solicitó a Parmenio que no mencionara a Monseñor Arrieta ni a Minor Calvo en el programa. Como eso jamás iba a suceder, terminaron suspendiendo el programa.

Aunque estuvieran amparados en un contrato eso era censura previa. Si bien la radio podía exponerse a una demanda, fallos posteriores de los tribunales penales han librado a los periodistas y a los medios de cualquier condena cuando se tienen los hechos por probados o es evidente que no se está mintiendo.

El precedente que sentó está decisión fue nefasto y tuvo tres consecuencias desde mi punto de vista: la primera que la emisora no tenía el carácter para sostener una posición periodística independiente. La segunda, abrió la caja de pandora. Los medios que antes no hablaban del tema empezaron a exponerlo. De hecho La Patada ya estaba por dejar el tema y esa censura alborotó el panal. Y la más grave: le soltó la mano a Parmenio definitivamente y si alguien lo quería matar tenía luz verde.

Cuando la radio decide no transmitir el programa (era pregrabado y por eso lo escucharon con antelación) hubo censura previa. Se estaba cayendo un recurso de amparo y Parmenio lo puso. Dos meses después la Sala Constitucional le dio la razón a Parmenio Medina y a las dos semanas lo asesinaron. La libertad de expresión duró poco.

Desde el 28 de abril La Patada no se volvió a transmitir. Y producto de la censura Canal 7 retomó el tema. La casa que vio nacer a Mainor Calvo en los medios, salió a cazarlo. Reportajes narrados por Marcelo Castro condensaron los dos años de denuncias de La Patada. Otros medios se hicieron eco y la situación se volvió insostenible al punto que Monseñor públicamente le pidió al sacerdote que entregara la radio. La presión fue tal que Calvo dejó de estar al frente de la radio, pero nunca la traspasó a control de la Iglesia.

Luego vinieron los juicios, las condenas y las insatisfacciones. Pero nada resucitó a Parmenio. Nada dejó una sensación de justicia cumplida, mucho menos pronta.

El 7 de julio

Y entonces uno vuelve a esa fecha una y otra vez. Se plantea el falso dilema ético entre si no era mejor dejar de informar y preservar la vida. Digo falso porque nadie tiene el derecho a asesinar a otro. De nada vale preguntarse qué habría pasado sí tal o cual cosa porque a las 7 de la noche iba entrar una llamada a Monumental diciendo “¡Qué dicha que mataron a ese hijueputa!” y sería la constatación del odio sembrado en nombre de Dios.

 

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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