Skip to main content

Despuntaba el alba a eso de las 5 de la mañana y los pajaritos hacía rato que cantaban con fuerza como si ellos estuvieran al tanto de la gravedad de lo sucedido. De a poco, la temperatura empezó a subir y la mañana le fue quitando espacio a la noche.

Despacio, las cosas volvían a la vida. A las trompadas salió el sol y, sin más remedio, todo se puso en movimiento, excepto el Girasol que seguía agachado como si la noche aún no hubiera terminado. Eso era particularmente raro, porque el Girasol estaba ahí para señalar a la fuente de luz primaria.

Cuando sale el sol, el Girasol le sigue para recibir de pleno su energía. Es la forma en que se mantiene vivo. Para las personas tiene una utilidad simbólicamente similar: Con la luz natural podemos ver y distinguir las cosas y así entender su verdadero significado sin sombras artificiales que nos engañen.

El Girasol fue sembrado a un lado de un edificio alto y blanco en el que se tramita el conocimiento. Pisos y pisos de una estructura color marfil se levantan imponentes a cientos de metros de altura. En los costados, figuras clásicas hacen sentir la importancia de lo que ahí se trama. Es la Torre Blanca, el centro de pensamiento, investigación y proyección en el que la sociedad deposita sus esperanzas y muchísimos de sus recursos.

Sin embargo, por dentro, el edificio es una especie de caos funcional. Escritorios desordenados; montañas de papel; paredes color verde hospital, estructuras maltratadas por los años; personas que no entienden su propósito dentro del andamiaje; y gente que entra y sale de forma mecánica como si simplemente trataran de sobrevivir.

Dentro del edificio se funciona en automático. Saben que si hacen lo que tienen que hacer todo estará bien. Algunos han asumido que no tienen futuro fuera de él y por eso se han enquistado so pretexto de poder ver la realidad a la distancia. No son pocos los que han decidido quedarse dentro pensando que es más cómodo que salir a la calle y enfrentarse a una realidad sin redes de protección y sin lealtades ocultas que perpetúen la permanencia de alguien en un determinado lugar.

Quizás por esa forma mecánica de ver la vida miles de personas pasaban junto al Girasol sin advertir el cambio. De alguna manera, se habían acostumbrado a su silente presencia aunque olvidando su significado. La gente sabía que el Girasol estaba ahí, pero no recordaban para qué.

Es algo irónico trabajar en un lugar que busca la verdad, pero se olvida de la fuente de luz.

Sin embargo, alguien no fue indiferente. Un chico de 15 años que todas las mañanas pasaba frente a la flor y al sacro edificio. Se quedó viendo fijo, luego se acercó para ver si había algo mal. Se fijó por arriba y por los costados, hasta que justo detrás del cuello de la flor encontró un tajo tan delgado que pudo haberse hecho con una hoja de papel.

Después de salir del asombro dio parte a las autoridades del edificio. Es bueno aclarar que como en ese edificio la gente trabaja con criterio propio e independencia es necesario que nadie de afuera juzgue, evalúe o audite lo que se hace adentro.

Pero la magnitud de lo sucedido superaba cualquier capacidad de resolución interna de un crimen. Ante el horror de que alguien haya cometido semejante atrocidad se pidió ayuda y rápidamente se apersonaron policías, detectives, forenses, botánicos, filósofos, políticos, medios de comunicación y los trabajadores y trabajadoras de tiendas, bares, sodas y fotocopiadoras cercanas.

La zona fue acordonada con cinta amarilla. Dentro del área cercana al Girasol quedaron algunos detectives y forenses que se acercaron con sumo cuidado tratando de no ensuciar lo que a todas luces parece una escena del crimen.

Al ver el delgado corte en el tronco los especialistas comprendieron que se trataba de un acto intencionado contra la flor. Era un acto de terrorismo. No se trataba de matar a una planta cualquiera, se trataba de destruir el único elemento que aún le recordaba a unos pocos la racionalidad y la humanidad de sus tareas. Era, en última instancia, un mensaje claro y contundente.

Las autoridades del edificio blanco no salieron a hablar con los medios, pero por medio de un comunicado de prensa hicieron saber que lo sucedido era un magnicidio y que ponían a disposición de las autoridades todos los recursos materiales que hay dentro de la monumental estructura.

Sin embargo, el papel aguanta lo que le pongan y mientras que desde arriba se veía con cierta distancia e indiferencia lo sucedido, abajo empezaban a aparecer indicios de cómo se tramó la muerte de la flor.

Los primeros resultados vinieron luego de tomar un poco del líquido que aún quedaba dentro del tallo de la planta. Por la cantidad de humedad se logró determinar que el crimen ocurrió cerca de las tres de la mañana. Los análisis también demostraron que el Girasol fue asesinado con una hoja bond 20 (como las que se usan para enviar oficios dentro del edificio blanco). Una particularidad que llamó la atención de los investigadores era un pequeño rastro de tinta que quedó en el tallo expuesto.

La tinta fue identificada como la que se usa para sellar documentos recibidos en la parte alta del edificio, donde se toman las decisiones más importantes en la organización. Luego de hacer una lista de todos los tipos de tinta que se usan dentro de la instalación quedó claro que el reloj marcador de documentos era el único aparato con ese tipo de tinta en el edificio y en la zona.

Las personas reunidas en la parte superior recibieron la noticia con sorpresa. Ahora la indiferencia se llamaba ansiedad y los corazones palpitaban con irregularidad. Las gentes allí reunidas, casi todos en sus cincuentas, empezaban a hacer llamadas desde sus celulares a otros celulares. De repente se activó un silencioso mecanismo de comunicación que levantó a todo el edificio como si fuera un cuerpo viviente.

De la nada algo había cambiado, ahora la gente que debía colaborar con los investigadores cambió de actitud. Quizás el primer indicador de que la cosa iba para otra parte fue la conversación que tuvieron los detectives con los guardias del turno de la madrugada. Ninguno de ellos había visto nada, pero cuando se les preguntó sobre adónde estaban en el momento de los hechos todos respondieron al unísono que tomaban café en la sala de guardia y que nadie hacía rondas ni vigilaba los monitores.

Era ilógico que nadie estuviera de guardia, pero la convención colectiva ampara a los vigilantes porque es muy feo tomar café solos en las noches. De ahí que durante quince minutos el edificio y sus alrededores quedan desprotegidos.

Cuando se pidió copia del casét de las cámaras la respuesta fue más frustrante: no había porque no tienen presupuesto para esos materiales.

Entonces los investigadores empezaron a buscar en las cintas de seguridad de los cajeros automáticos que hay dentro del edificio, fuera de él y en sus alrededores. Fue en una de estas máquinas la que queda en la acera del frente del edificio que lograron ver al asesino: Era un hombre en sus cuarentas de contextura mediana, vestido con camisa blanca de manga corta, chaleco de tela y corbata.

Aunque entrecortada por la forma de grabar de la cámara, la imagen muestra al asesino bajándose de un auto propiedad del edificio con el número 354 pintado en la puerta del chofer. En la mano izquierda lleva la hoja, camina directo hacia el Girasol que en ese momento tiene su flor viendo hacia el suelo, se acerca implacable, sostiene la flor ahora con la mano derecha y corta con el final de la hoja de forma rápida y limpia. El Girasol no tuvo tiempo de saber que había muerto. En una fracción de segundo ya no había vida dentro de él. El asesino subió al auto en el que llegó y huyó.

Por la distancia no se pueden ver otros detalles, pero además hay algo peculiar en la imagen. El edificio siempre está iluminado de arriba hacia abajo permitiendo ver su elegante figura blanca de todos lados, pero ese día las luces que caían sobre el Girasol estaban apagadas.

Ahora los investigadores tienen datos que realmente pueden ayudar a identificar al asesino. El primer paso es llamar al departamento de transportes y allí se enteran que al auto 4 x 4 con el rótulo 354 está asignado a la jefa del edificio y que su uso es discrecional. Sin embargo, los funcionarios de ese departamento muestran la bitácora de entrada del vehículo al garaje a las 7:00 PM y que nunca salió del estacionamiento. Más extraño aún es que la bitácora es un formulario impreso desde un programa de cómputo cuyos registros se hacen por medio de tarjetas magnéticas.

Para comprobar si se faltó al “fair play” los investigadores piden acceso al servidor que maneja la información de las entradas y salidas de vehículos del estacionamiento. La respuesta de los funcionarios es que esa autorización tiene que “venir de arriba”.

Las llamadas a los pisos superiores resultan infructuosas, los directivos del edificio están encerrados en un comité de crisis que no les permite hablar con nadie de afuera, salvo que ellos y ellas llamen. Entonces los detectives envían un fax pidiendo autorización para intervenir el servidor. La autorización llegará dos días después, pero para entonces será tarde porque la información del servidor se borra cada 24 horas y… no hay plata para hacer respaldos.

Otro callejón sin salida.

Las imágenes del cajero automático fueron enviadas al laboratorio de video dentro del edificio. Luego de ser insertadas en la computadora un desperfecto repentino borró toda la información, además el disco en el que venían se perdió en medio de una montaña de papeles, discos y casetes.

Los encargados de resolver el crimen logran llevar el original del video a otro laboratorio fuera de la torre color marfil. Allí mejoran la calidad de la imagen y logran ver cómo la hoja cae de las manos del asesino antes de subir al auto. También pueden ver que el perpetrador tiene guantes de lana para no dejar huellas. A pesar de las mejoras, lo oscuro de la noche no permite distinguir el rostro de quien mató al Girasol.

La hoja, el arma asesina, había caído debajo del auto y en el arranque fue a parar a un caño. Afortunadamente la limpieza de calles aún no había pasado y rápidamente la hoja fue localizada, sucia y maltratada por el viento, a unos 500 metros del lugar de los hechos.

Las pruebas determinaron que la hoja tenía rastros del Girasol y que la tinta correspondía a la encontrada en el tallo de la flor. Efectivamente la hoja pertenecía al piso superior. Era el encabezado de una notificación legal recibida en la Torre Blanca en la que se le conminaba a respetar una serie de derechos que de forma sistemática venía violando. También se le exigía cumplir con varias responsabilidades que había ignorado por considerar que su independencia del entorno le daba cierta impunidad.

Dentro de la inmensa Torre Blanca, en los pisos superiores, se respiraba una especie de miedo calculado. A esa parte del edificio solamente entran personas autorizadas, faxes, memorandos y correos electrónicos. El resto de los documentos, incluidas las personas, llegan hasta la recepción.

Para poder entrar tan alto en el edificio es necesario conocer mucho más que el uso de los ascensores y las escaleras. Ahí se entra por un proceso lento de abandono del amor al conocimiento que luego se transforma en amor al poder.

Pero el poder es efímero y para que dure es necesario hacer una telaraña de alianzas con el único fin de seguir ascendiendo. El resultado inevitable es digno de una trama mafiosa. Aquí todo el mundo se cuida las espaldas, desde los de arriba hasta los de abajo. El razonamiento es simple: “Si yo no perjudico a alguien, nadie me va a perjudicar a mí”. Ese axioma aplica para los errores más simples y también para los más complejos. Dentro de la torre amarfilada nadie es responsable de nada.

Ahora los investigadores demandaron hablar con la gente de los pisos superiores. Una nube de asesores bajó por los ascensores para filtrar la información y rápidamente lograron hacer retroceder a los averiguadores usando mecanismos de dudosa validez legal.

La reunión terminó de manera fulminante, porque los asesores iban de salida pues ya eran las 4 y media de la tarde.

En ese momento, un nuevo comunicado salido de la Torre Blanca informaba a la impaciente audiencia del suceso que agradecían la colaboración de las autoridades, pero dado que el hecho ocurrió dentro de las instalaciones del recinto color marfil era mejor resolverlo internamente.

Al día siguiente la encargada de la Torre Blanca y su Junta Directiva emitían un nuevo comunicado. Esta vez recurriendo a varios considerandos de orden moral y social llegan a la conclusión que el crimen abominable del Girasol jamás tendría culpables, pero para que no fuera olvidado se levantaría en el lugar donde estuvo una estatua de bronce con un Girasol mirando hacia arriba.

Más importante aún es que debajo del bronce se enterrará con todos los honores al Girasol.

La gente dentro de la organización tomó la noticia como el final feliz que todos esperaban. Ya nadie iba a mover las aguas, ya nadie les iba a recordar su responsabilidad con la sociedad, ya nadie les iba a recordar para qué estaban ahí. Al final era liberarse de la humillación que significaba que una flor dijera más con su existencia, que ellos con sus actos.

Desde entonces, junto a la Torre Blanca hay una estatua de bronce que mira hacia la nada, sin vida, sin significado. A sus pies una leyenda que sentencia: “Al Girasol, In Memoriam”.

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

Aunque el sitio no genera mucho, necesitamos que la publicidad sea visible.

Por favor, deshabilitá tu Ad Blocker y refrescá la pantalla.

Gracias,