Lo que me motiva a escribir esto es una inquietud tan inesperada como abstracta. Desde la campaña se percibía a todos los candidatos flojos intelectualmente. Pero realidad que afrontamos hoy parece evidenciar que a Carlos Alvarado le falta un ideal transformador para salir transformados de la pandemia. Es decir, un norte tan poderoso que requiera de ideas creativas y rompe moldes para refundar el país.
¿Tiene el Presidente alguien que lo asesore para interpretar estos tiempos? ¿Alguna filósofa, un semiólogo, no sé? ¿Una persona que le expanda el horizonte de pensamiento? Calculo que le sobra gente que le aconseje y asesore, pero ¿Quién lo reta a pensar su mandato al Presidente? ¿A quién le consulta su visión de futuro nuestro máximo líder político? Más aún ¿Quién se la rebate, se la disputa y lo obliga a replantearse sus ideas preconcebidas?
Estoy seguro que hay gente de experiencia que ayuda al Presidente en las decisiones de coyuntura. Quizás él mismo tiene esas mañas necesarias para el muñequeo político de juego corto. Pero en la gran política ¿Quién lo acompaña?
Y me hago estas preguntas porque en el manejo económico y político de la pandemia, no se encuentra una visión coherente de futuro. Son solo acciones aisladas fundamentadas en dogmas ideológicos que lidian con el día a día sin una utopía o un futuro alternativo que sirvan de norte.
No se ve con claridad que en sus acciones haya un horizonte más allá de los dos años que faltan de período. Ni la descarbonización, ni el tren eléctrico forman parte de una visión articulada. Son una convicción íntima, pero que no viene acompañada de las acciones necesarias para pensar en una nueva Costa Rica: que produzca diferente, que distribuya la renta eficientemente, que invierta mejor, que piense distinto, que alimente sanamente.
¿Por qué no podemos esperar un ideal más alto?
Quizás tiene que ver con que el modelo económico que se escogió hace décadas se agotó. Más allá de si funciona para unos pocos, este esquema productivo no coincide con la realidad social, política y ambiental en la vivimos. Mucho menos será sostenible cuando salgamos de la pandemia. Creer que el mercado proveerá, cuando ha mostrado su lado más cruel pidiendo apertura sin importar las muertes, es una inocentada.
Por otra parte, tenemos uno Estado convertido en un Frankenstein de barro que solo funciona a fuerza de excepción. Tensiones entre facciones sociales que se disputan botines económicos dentro su estructura. Burocracias que compiten entre sí por cotos de poder tan pobres y pequeños; pero inexplicablemente necesarios. Y un rol del Estado tan difuso como la circunstancias lo permiten. Hizo falta una pandemia para darse cuenta de cuán necesario es un Estado con facultades de imperio y cuánto de él hemos perdido.
También podría ser por nuestra atomizada Asamblea Legislativa, o la concentración de poder en ciertos grupos fácticos. Y con una capacidad épica de procrastinar los cambios estructurales necesarios para dejar de ser una democracia de vidriera. Decir que somos una democracia por nuestras elecciones ejemplares y que no tenemos ejército no alcanza para ser una mejor sociedad.
Seguro que colabora el hecho que hayamos renunciado a nuestra capacidad de soñar en un país con identidad propia, sin un ideal. Que haya aspiraciones «miamescas» o «europeizadas» no es malo. Lo que pasa es que deslegitiman y descalifican «a lo nacional» porque «no es cool». Digamos que si de afuera no reconocen nuestros autoproclamados valores, nosotros no nos los creeríamos. Tenemos un problema de autoestima cultural.
¿Se puede guiar así?
Evidentemente es muy difícil. Y más difícil cuando no hay un ideal qué seguir y construir. O cuando la sociedad es su propio freno para crear y protagonizar su historia.
No obstante, eso no termina de explicar porqué detrás de las propuestas presidenciales no hay un nuevo norte. Por ningún lado asoma las reglas de una «sociedad verde». Tampoco tenemos claro cómo se puede crear una sociedad más equitativa sin apelar a la caridad.
Tampoco se distingue algún rasgo facilitador del Estado que no sea mera tramitología o algún curso que refuerce la noción del Robinson Crusoe tico. El Estado es quien equilibra la balanza en la sociedad y no se ve asociado a él ninguna iniciativa novedosa que ayude a generar nueva empresa. Parece que el conformismo emprendedor debe imperar. La persona arriesga todo sin una red de contención. Eso funcionará en Estados Unidos (y así les va); pero nosotros podemos y debemos ser diferentes.
Y eso nos lleva nuevamente a la inquietud inicial: ¿Cuál es el ideal que persigue nuestro Presidente? ¿Cómo piensa hacer trascender a Costa Rica más allá de la materialidad inmediata? ¿Quién o qué no le permite ver más allá de los próximos dos años? Más que un misterio, debería ser una preocupación ahora y siempre que vayamos a las urnas.
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