Según mi corta memoria, corrían los dolorosos años ochenta cuando el entonces presidente Óscar Arias Sánchez se embarcó en su cruzada por terminar el conflicto armado en Centroamérica. Habrá quienes digan que hizo mal, habrán otros que hizo lo posible.
La discusión en ese entonces era cómo debía terminar el conflicto. Los halcones de la Casa Blanca querían la invasión a Nicaragua poniendo a los centroamericanos como carne de cañón. La caída de Nicaragua terminaría con la guerra civil de El Salvador y la guerrilla en Guatemala. Era un 3 x 1 que ni en San Gil se conseguía.
Costa Rica intentó zafar con la declaración de neutralidad mientras miraba para otro costado con el paso de la Contra por nuestro territorio. Hay que aclarar que el fallecido presidente Monge siempre negó la presencia de fuerzas irregulares en el país.
La aproximación de Arias
Óscar Arias estaba claro que la guerra no le convenía a nadie y menos a nosotros. Las consecuencias serían terribles en lo humano, lo político y para la soberanía del país. El Grupo de Contadora se estaba acabando como espacio de negociación. Entonces se necesitaba una propuesta nueva que resolviera el conflicto. Arias presenta el plan de paz que implicaba diálogos internos, garantías para los grupos opositores y elecciones en todos los países.
La tarea era titánica porque las élites centroamericanas no estaban acostumbradas a ceder el poder al juego democrático y Estados Unidos tampoco.
Fue entonces que Arias salió en busca de apoyo a Europa y dentro del mismo Estados Unidos. Eso obligó a la derecha a recular y dar espacio a un plan que al final terminó con la derrota de los sandinistas en las urnas.
La viajadera
Fue en esa época cuando el gobierno y La Nación (afín al ultraderechista Movimiento Costa Rica Libre) empezaron a tener diferencias. Muchos de esos debates se daban en las páginas de opinión como una estrategia del gobierno de bajarle los decibeles a la discusión.
Sin embargo, hubo un tema que La Nación logró colar: la viajadera del presidente. La crítica permanente a los viajes, la supuesta falta de resultados y el gasto calaron en la gente. Calaron tanto que hasta hoy día si un presidente se sube a un avión es porque va a Disneylandia.
La «viajadera» era y es una herramienta de política exterior. Esto molesta cuando esos viajes no calzan con la agenda política de ciertos medios.
Si un presidente viaja es porque tiene la obligación o tiene una intención. Dudo mucho que haya presidentes turistas. Sin embargo, como en aquellos años, hoy se puede acusar de vago al presidente porque «viaja mucho». ¿Cuál es el criterio para decir que es «mucho»? ¿Por qué está mal? La presencia del presidente en actos internacionales es una oportunidad para hacer negocios y dar a conocer el país.
Luis Guillermo Solís
El tema de los viajes presidenciales es la excusa favorita cuando viene el tema de los impuestos. Justo ahora que el presidente amenazó con cortarle los alimentos al próximo gobierno congelando el presupuesto, vienen los detractores del derroche. Entonces dicen que el presidente viaja mucho. Sí, pero gasta menos.
El asunto es que el tema de los viajes ha quedado como un estigma que se usa para ensuciar a una gestión cuando a un medio no le gusta. Sino, cómo olvidar la falta de respeto de CrHoy cuando acusó al presidente de vestirse mal en Londres.
La mentalidad chiquitica de los viajes, del argumento fácil para descalificar tiene que terminar. Digamos, que ya estuvo bueno de tanta majadería, ignorancia y mala intención.
Es importante que se viaje cuidando el erario público, pero siempre pensando que es para traer algo mejor al país.