Aunque no es novedad, el tema de la revictimización del sujeto se ha convertido en el mecanismo a través del cual los y las invisibles salen a flote en los medios de comunicación, apareciendo como objetos de consumo para una audiencia que se ha drogado con los impactos emocionales.
Así, por ejemplo, cuando una persona sufre de algún tipo de tragedia personal los noticieros se encargan de hacerlo vívido y emocionalmente deprimente. Entonces un periodista dirá “Fulano de tal nunca imaginó que la vida le hiciera esto” (probablemente si lo hubiera imaginado lo habría evitado) y a renglón seguido con música suave y melancólica nos muestran las imágenes de dolor, frustración o impotencia asociadas a la historia de esta persona.
De esta manera, una persona que es víctima de las circunstancias y que necesita el apoyo serio, profesional y solidario de la sociedad a través del Estado, se convierte en un espectáculo lacrimógeno en las noticias de la noche. La tragedia personal de quienes han sido marginados de la sociedad por su condición socioeconómica se convierte en el vehículo para ser visibilizados y visibilizadas por el conjunto de la sociedad.
Un incendio, un homicidio, un accidente, un defecto físico son el tipo de tragedias que hacen que el pobre y desconocido se convierta en alguien digno de la pena ajena y de un llamado “al número que aparece en pantalla”.
Aunque el fenómeno no es exclusivo de nuestra sociedad, si nos retrata de cuerpo entero en el tanto en que hemos renunciado a ver al otro en su completa dimensión humana. Por una parte somos incapaces de desarrollar mecanismos solidarios que dignifiquen la condición humana de las personas pobres, y por el otro nos erotiza sentirnos héroes poderosos capaces de tocar las vidas de esas miserables personas que día con día salen en la televisión.
En ese juego, las televisoras explotan la sensibilidad que hay a ambos extremos de la pantalla. Por un lado el abandono del individuo por parte del Estado y la sociedad (muchas veces falso); y por el otro lado la culpa transformada en sensación de todopoderoso.
Esta forma de la comunicación en la que la realidad se tuerce todo lo posible para causar un dolor que va más allá de lo imaginable, siempre encuentra nuevos personajes que con tal de “existir” están dispuestos a ser explotados sin tener conciencia de cómo su dignidad es nuevamente dilapidada mientras el canal de televisión se vende a sí mismo como la esencia de la sensibilidad humana.
UNA FORMA MÁS ACABADA
La versión más acabada de esta forma de revictimizar es “Bailando por un sueño” el programa de televisión que está batiendo todas las marcas de audiencia, lo que por demás habla bastante mal de nuestra sociedad.
Más allá de si el programa es una franquicia, de la calidad de la producción y de cuánto se ha invertido en él, lo que realmente preocupa es la forma en que se involucra a la audiencia a través de “sueños” que son tragedias humanas muy fuertes y que parecen no tener ninguna solución más allá de lo que se pueda lograr en el programa.
Los atentados diarios en Bagdad, la guerra en Afganistán, los atentados del 11 de septiembre y el referendo de octubre son cualquier melcocha comparados con la trascendencia y espectacularidad con la que cada caso es presentado a la audiencia que, cada sábado, drogada por el morbo se enfrentará a la difícil decisión de escoger cuál sueño truncar y cuál sueño apuntalar. Es un contrato emocional que le da “poder” a los televidentes sobre la vida concreta de la gente.
Durante la semana Canal 7 se encarga en el noticiero de hacernos saber qué tan delicada es la situación de cada sueño y, cuánto se esfuerzan los participantes por seguir compitiendo.
De repente la realidad se convierte en una competencia en la que unos pretenden ser solidarios bailando por lástima y fama, mientras que otros gastan millones de colones por teléfono tratando de “salvar” sueños.
Esta lógica de convertir el dolor y la desgracia humana en un concurso en el que la audiencia deposita emociones y dinero es peligrosa porque ahora un don nadie y un “famoso” (definición por demás torpe) son las personas más lindas de la tierra mientras explotan y viven a expensas de la tragedia que la producción del programa encontró era la más impactante.
AL MENOS HAY SENSATEZ
Sin embargo, parece que las cosas tienen un límite y la Caja del Seguro Social ya intervino para hacer ver que en algunos casos lo que se dice de las “víctimas” no son como los pintan. Es decir, que no todo lo que llora es ojo.
La actitud de la Caja es bastante más seria que la del canal y ha puesto de manifiesto que no se puede exagerar o fabricar el dolor humano y que antes que sentir lástima por el prójimo se deben hacer cosas concretas y, el primer paso, es dejar de vivir en la burbuja blindada de nuestros estereotipos y empezar a comprender que la pobreza es un fenómeno político y real, no mediático y espectacular.