Ayer hice “el ejercicio” de ver los videos de “La Teja”. Aunque se que este comentario es darles entidad, tampoco puedo negar que mucha gente está hablando de eso y que sobran los dibujitos con esos chiles.
Ese tipo de periodismo populista, fácil y artero solo puede tener como resultado el refuerzo del mito de que la política no sirve, que es una cosa sucia y que, por lo tanto, debemos mantenernos alejados/as de ella.
Ese es el triunfo del pensamiento conservador que privilegia al mercado como centro de la acción política y social. Al ensuciar la política, ensuciamos el único espacio en el que todas y todos somos protagonistas de nuestro propio destino, porque es donde ejercemos ciudadanía.
En política no hay espacio vacíos. Siempre hay alguien que los ocupa. Por eso, al renunciar a la política permitimos que actores económicos, disfrazados de técnicos se encarguen de algo para lo que no están capacitados, pero cuyas acciones benefician directamente a grupos económicos concentrados.
A manera de ejemplo, la negociación del poco feliz TLC en la que un grupito de técnicos devenidos en talibanes del libre mercado actuaron como tontos útiles de los intereses de grupos económicos concentrados como La Nación (a la postre los dueños de La Teja).
Entonces, las entrevistas de La Teja más que mostrar la ignorancia de los candidatos sobre temas cotidianos, es la reducción de la política al estereotipo, al “todo está mal”, al “nadie sirve”. La pregunta que yo le hago al director de La Teja es ¿Cuál es la alternativa? ¿El personaje que inventaron? ¿Armando Broncas? ¿Por esa porquería debería votar la gente? ¿Por ese ensayo de ejercicio ciudadano con el que nadie puede estar en desacuerdo porque no propone nada y porque nunca podrá ser nada? ¿Con eso?
Siempre he creído que los medios de comunicación tienen más poder del que creen y dicen tener. Y lo hecho por este medio demuestra que retroalimentar mitos potencia al medio y al mito. Esto es propio del fascismo: el ejercicio del poder para desarmar la matriz política de la sociedad e imponer abstracciones inalcanzables, ideales sostenidos con la ilusión de la perfección y la pureza de algo o alguien; en este caso un miserable muñeco que hasta tiene cuñas de radio.
En estas elecciones se juega mucho más que el precio de un casado, el valor de la lotería, el nombre del cura del barrio o el kilo de arroz. El 2 de febrero este país escoge entre que la política vuelva a ser el centro de la política o que los “técnicos” y los analfabetas políticos sigan ejerciendo el poder como lo han hecho de forma ininterrumpida desde 1983.
¿Por qué no cuestionar que había un candidato al que no se le caía una idea ni poniéndolo de cabeza? ¿Por qué no señalar que Otto Guevara esconde sus ideas en una página web al tiempo que le pone una mampara de reggaetón, sandeces y frases fáciles como La Teja misma? ¿Por qué no cuestionarle a Luis Guillermo Solis el nombramiento de Ana Elena Chacon en un espacio que no corresponde? ¿Por qué no exigirle a Villalta más definiciones en lo económico? ¿Cómo que no se habla del tipo de cambio pegado a la banda? ¿Por qué no hay discusiones sobre una verdadera reforma tributaria excepto cuando va en favor de determinados grupos?
Porque si se hiciera eso los periodistas (en general) tendrían que cambiar su posición de francotiradores, por la de soldados que le ponen el cuerpo a las balas luego de haber asumido una posición; y para asumir posiciones hay que informarse (no de chismes), leer, estudiar y opinar. Y eso último en este país mediocre da miedo, porque aquí todo el mundo opina sobre lo que opinan los demás, pero ni en broma se les sale una posición propia que decidan defender.
Esa es la campaña de La Teja, la posición segura de nunca estar equivocado porque siempre se trata del error ajeno.
Llegó la hora no solo de exigirle a los candidatos ser mejores, llegó la hora de exigirle a los medios que sean mejores o que se quiten del medio porque están nublando la realidad.
* Originalmente publicado en redcultura.com