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Siendo presidente de Francia Francois Mitterrand, fundó el duramente criticado Ministerio de las Grandes Obras, una estructura burocrática que tenía como fin la construcción de proyectos monumentales como la Biblioteca Nacional o el Arco de la Industria que vendrían a darle un aire vanguardista a una Francia que, viendo el final de la Guerra Fría, necesitaba darse un lugar en la nueva correlación de fuerzas que surgía.

En nuestras latitudes tropicales hemos asumido pretensiones más modestas y para ello hemos organizado un conjunto de instituciones que juntas podrían llamarse el Ministerio de las Grandes Pretensiones.

A manera de ejemplo podemos citar “la reparación” del bulevar de Los Yoses que “protagonizó” la Municipalidad de San José. En un tiempo récord de tres meses reconstruyeron 300 metros de una calle que tiene más de un kilómetro. Los otros 700 se los dejaron la Municipalidad de Montes de Oca, la misma que tardó más de 6 meses en tapar el derrumbe en el puente de Santa Marta.

La Municipalidad de San José invitó a propios y a extraños para el arranque (en pleno invierno) de la reparación de los 300 metros que le corresponden del mentado bulevar. Dejó autos atrapados en sus cocheras durante ese período y trabajó solo durante las horas del día, aún cuando en la noche no llovía. Eso sí, cuando se anunció el arranque de la obra se dijo que se repararía «todo» el bulevar.

Otras soluciones igualmente ilustres pueden ser la reconstrucción de la rotonda aérea de San Sebastián que en vez de prolongar su desnivel unos doscientos metros más, encarecerá a su gemela de la Guacamaya.

O la salida de la autopista General Cañas a Sabana Norte después del atolondrado enlace con la vía de «circunvalación», cuyos guarda raíles de concreto muestran como la fuerza de la gravedad se impone al sentido común: La autopista viene en bajada y la salida es cerrada, en ascenso y corta. Evidentemente, alguien se ha tragado los protectores de cemento en más de una ocasión.

De la misma manera todos los días asistimos en la prensa, la radio y la televisión a la inauguración de un hueco y su respectivo bacheo, a la sustitución de una alcantarilla robada hace meses en la que se mató alguien en moto o a la firma del contrato de construcción de una obra que luego será denunciado por la Contraloría y tardará muchos años en arrancar, pero para entonces el costo de la obra se habrá disparado y el concesionario interpondrá un recurso ante el Papa con el fin de que se le readecúe el precio que nos cobrará a los usuarios.

Aún recuerdo, con mucho enojo, como en el discurso inaugural del ex presidente Miguel Ángel Rodríguez se anunciaba que en seis meses se iba a empezar a construir la carretera a Caldera… Ya van 10 años de aquel anuncio y hoy la cosa está color de hormiga porque el concesionario quiere subir el peaje y quizás la Contraloría no lo deje.

PEQUEÑOS LOGROS

Cuando se conversa con amigos que tienen la ventura (o desventura) de trabajar en el sector público, uno percibe con asombro como cosas que deben ser sencillas y expeditas como comprar una computadora se convierte en un logro y algo digno de anotar en un reporte anual.

No pretendo burlarme, sino llamar la atención sobre cuán entrabado está el aparato estatal como para que haya una cultura de pequeñas pretensiones convertidas en grandes logros.

Más serio aún es que muchísimos funcionarios y funcionarias públicas han desarrollado proyectos creativos y visionarios que solucionarían muchos de nuestros problemas, pero la falta de presupuesto (léase liderazgo) siempre hace que las cosas queden a medias (en el mejor de los casos) o se traiga abajo todo aquello por lo que se ha luchado. (en la mayoría de ellos)

Es evidente que hay gente que cree que solo se puede pensar en pequeño y que son otros los que están llamados a pensar y hacer las cosas grandes. Es una situación exótica porque quienes están dentro del aparato público y se sienten comprometidos con el desarrollo del país están frustrados por no poder hacer las cosas de forma completa y eficiente, mientras quienes estamos afuera estamos frustrados porque vemos como el sentido común no vale nada.

Mientras eso sea así, seguiremos viendo campos pagados y noticias sobre cómo una Municipalidad se congratula por cumplir con su deber al tiempo que se presenta ante las ciudadanas y los ciudadanos como la encarnación del servicio público.

Hacer

¿La solución? Involucrarse. El deber de cada cual en democracia es asegurarse que el ejercicio del poder, en cualquiera de sus formas, sea lo más justo posible. Aquí es donde entraría Carmáiquel, pero como un vecino de blog lo mató, me parece que nos toca a las demás personas poner de nuestra parte.

¿Qué hacer? Podría ensayar mil respuestas, pero me parece que cada uno de nosotros debe encontrar su Carmáiquel interno y actuar en consecuencia.

* Originalmente publicado en redcultura.com
Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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