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La palabra de moda desde que se declaró la pandemia del Covid-19 ha sido “solidaridad”. Se ha usado apelando a su significado, o la han convertido en un eufemismo expoliador. El concepto de solidaridad ha salido de la boca de aquellos que menos la necesitan y que rara vez la otorgan. Se convirtió en un vocablo excluyente que representa la agenda de un sector empresarial.

La derecha logró apropiarse de una palabra históricamente de la izquierda. Una sociedad que necesita “una noble causa” para legitimar la ayuda, no es ajena a que la solidaridad tenga un significado difuso y ajeno. De ahí la necesidad de convertirla en lástima o falsa justicia.

Y ha sido esa lógica la que se ha aplicado sin piedad desde el manifiesto de las patadas, cuyo objetivo fue insistir en la idea de que el empleado público es el enemigo y el empresario el que da de comer. La pandemia antiestatal tuvo hoy un nuevo pico en el editorial de La Nación que repite lo dicho.

De ahí que la solidaridad con el empresariado sea la negación de los derechos de las y los trabajadores del sector público. Esa solidaridad se extiende a la privatización de todo aquello que sea rentable para el sector privado. El artículo puede ser todo lo censurable que se quiera, pero las huestes empresariales encontraron en él su evangelio en tiempos de crisis.

La forma simplista, reduccionista y maniquea en se plantea la presunta dicotomía empresa-Estado tiene la misma profundidad que una discusión en redes sociales sobre una noticia falsa. Simplemente mueve emociones, enoja y crea un sentido de pertenencia y exclusión propia de un adolescente. Solidaridad se transforma en odio de clase y, los propios beneficiarios del Estado, claman por su final en la guillotina legislativa.

¿Y las ideas? Te las debo

El globo de ensayo que lanzaron desde La Nación fue recogido torpemente por el gobierno que no solo congeló los aumentos del sector público, sino que además se lanzó con un “impuesto solidario” a los salarios superiores al medio millón de colones. Además de haber cometido un horror de comunicación, obligó a rectificar en dos sentidos: no se incluyó las ganancias de capital y se subió el mínimo imponible a los 1,1 millones.

Luego nos enteraríamos que la Unión de Cámaras estableció “una comisión de enlace” con el gobierno. Y en ella se ahonda  “la solidaridad empresarial” para con los empleados públicos y la solidaridad estatal para con los empresarios. En otras palabras, le fijaron la agenda al Ejecutivo.

Y la verdad es que no es de extrañar. A un gobierno al que no se le cae una idea ni poniéndolo de cabeza, cualquiera lo acorrala con un escenario apocalíptico. Por eso no sorprende que todas las medidas tomadas hasta ahora hayan sido iniciativas de terceros.

No tiene que ver con que gobierne en minoría. Tampoco con que esté lleno de gente inexperta en todos los niveles. O que los medios de comunicación sean el partido opositor más articulado. Y mucho menos, una oposición legislativa que compite por alcanzar nuevos niveles de mediocridad todos los días.

No. No es nada de eso. Es un tema más complejo. El equipo de gobierno no dimensiona que las soluciones a lo que se viene nunca se han aplicado. El cambio ambiental, social, económico y político será de tal magnitud que se necesita explorar otras soluciones con nuevos métodos de pensamiento. Tiempos extraordinarios demandan formas de pensar novedosas y alejada de los dogmas ideológicos de antaño.

Centrarse en las demandas coyunturales del club de los ganadores le impide al Presidente trascender lo inmediato.

Responsabilidad, no solidaridad

Entre el déficit y la falsa solidaridad, el gobierno se ha metido en una camisa de fuerza de la que no podrá salir cuando la sociedad implosione. Cuando se acabe la plata, cuando no haya qué comer y el trabajo que se ofrezca sea tan miserable como las concesiones hechas al calor de la emergencia. En ese momento no va a haber piedra debajo de la cual esconderse.

Este es el momento de erradicar las malas praxis empresariales que han ayudado a la postración económica. Empresas que pagan a 6 meses jineteando la plata, generando problemas de flujo de caja. O las que “licitan” proyectos obligando al proveedor a endeudarse y asumir todo el riesgo. Y cuando las empresas pequeñas buscan financiamiento para competir se encuentran con líneas de crédito ruinosas.

No está demás pedir la aprobación de la ley sobre la tasa de usura. Pero, obviamente con valores ajustados a nuestra nueva realidad. Vale la pena aspirar a la independencia del Banco Central de los intereses corporativos. Y ni qué decir de la imperiosa necesidad de definir una política sobre el cobro de créditos en los próximos 6 meses.

En otras palabras, la gran cantidad de empresas responsables necesitan que el círculo se cierre en todas partes. De lo contrario, tendremos empresas quebrando inducidas no por la coyuntura económica, sino por las prácticas de actores económicos que solo quieren maximizar sus ganancias.

Salimos por las buenas o por las malas

El Presidente de la República tiene sobre sus hombros las decisiones más importantes de los últimos 50 años de nuestra historia. Puede transformar a este país en un faro de esperanza o en un campo de batalla. Hoy, nos dirigimos raudos al segundo escenario por la presión del cortoplacismo.

No en vano la sucursal del Redondel de Zapote en Cuesta de Moras trabaja en una suspensión de las garantías individuales. Una medida que debería ser iniciativa exclusiva del Ejecutivo en estos momentos, fue secuestrada por tontos útiles.

Si como dice el Ministro de Salud, convertido en el Capitán Costa Rica, “de esta salimos juntos”. El Ejecutivo va a tener que alinear a los poderes fácticos tras de sí.

Eso implica tomar decisiones para cuando baje la pandemia. Por ejemplo, las condiciones sanitarias en que podrán ingresar turistas al país una vez que se abran las fronteras. O cómo incluir a las zonas francas dentro del esquema tributario nacional para poder financiar la recuperación de la economía. Inclusive negociar con los socios comerciales un arancel equivalente a nuestras cargas sociales de manera que el suelo esté parejo para todo el mundo.

Para eso necesita una visión de futuro. Y, a valor presente, lo que se alcanza a ver es sombrío. Esa incertidumbre es la carta ganadora para el gobierno. Ahora, el conjunto de la sociedad está asustada. Sin embargo, los que creen no estarlo piensan que si todo sale mal Miami es una opción. Ese es el reto del Presidente: hacerles ver que no habrá mañana en ningún lado, excepto donde toda la sociedad esté dispuesta a ceder algo y ser mejor para los y las demás. Eso es solidaridad en tiempos del Covid-19.

 

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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