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Las redes sociales son hoy en día una especie de muletilla periodística y académica. Se usa para todo, aunque su nivel de abstracción no permita explicar mayor cosa. Entonces escuchamos o leemos que una determinada foto, comentario o noticia puso a «arder las redes sociales». Lo peor, es que uno nunca sintió el ardor y se termina enterando en las noticias «picantes» a través de la televisión, la radio o algún contenido compartido de la prensa.

Es decir, las redes sociales no son una totalidad. Son una expresión de una fracción del pensamiento de una sociedad. Extrapolar un comentario en una red que tuvo muchos corazoncitos como expresión del consciente social es una afirmación totalitaria. Sin embargo, y a pesar de esta advertencia, hoy la información corre a través de plataformas digitales a las que millones de personas están conectadas con mayor o menor intensidad.

HAGAMOS UN POCO DE HISTORIA

Desde mediados del siglo pasado los teóricos del lenguaje y la comunicación hablan de redes sociales. Aunque el propósito no es aburrir con esquemas teóricos de la comunicación, es importante señalar que los modelos comunicacionales del siglo XX inicialmente eran concebidos como algo lineal, sin interacción y sin incluir el contexto social.

Eso quiere decir que eran entendidos como la relación entre un emisor y receptor. Pensados más desde la lógica del poder, estos modelos pretendían entender cómo alguien influía en otra persona a través de la comunicación. A valores de hoy, parece una obviedad, pero entonces fue un salto cualitativo en el estudio social.

El matrimonio de sociólogos Riley (Matilda y John) fueron los primeros en hablar de la influencia de grupos primarios en los actos de comunicación. En 1959 publicaron su modelo que básicamente se resume en este cuadro:

La E y la R representan al emisor y al receptor que en este caso tienen un flujo de comunicación constante. Los grupos primarios son la familia, los amigos, compañeros de escuela o trabajo; la gente que está más cerca. Ahora bien, estos grupos influyen en cómo vemos el mundo, cómo hablamos, cómo escuchamos.

Cuando E y R entran en una conversación no son solo ellos quienes hablan, sino una estructura social colectiva que les rodea e influye. Es decir, una vez que estas personas interactúan, sus redes sociales también se empiezan a mover. Puede que aprueben o desaprueben lo que se integre a la red, pero las redes empiezan a interactuar a través de sus integrantes.

En otras palabras, las redes sociales no son Facebook, Twitter, Instagram y otras yerbas. Esas son amplificaciones digitales de nuestros círculos que por lo general son superfluos y carentes de verdadero afecto. Sin embargo influimos e influyen en cómo nos comunicamos y en qué decimos.

HAGÁMOSLO MÁS GRANDE

Cuando dimensionamos nuestra red social real y la contrastamos contra nuestra red social amplificada nos encontramos con un fenómeno interesante. Empecemos por decir que nuestra red social es dinámica. Cuando chicos está integrada por la familia, el vecindario, la escuela, el grupo religioso al que pertenece la familia y los amigos de nuestros padres. En la medida que crecemos se integran los y las colegiales, comerciantes locales, amigos de nuestros amigos, nuevos vecinos, compañeros de los hermanos.

Una vez que salimos del sistema escolar esa red se amplía a la universidad, el trabajo, parejas, familia de las parejas, nuevas amistades. Puede que salgamos del sistema escolar antes de lo debido, pero eso no inhibe la regeneración de las redes sociales.

Se crea una cadena de valores y visiones de mundo que no es estática y que evoluciona a lo largo de los años. Si revisamos con detalle nuestra red social amplificada vamos a encontrar una situación similar, solo que acelerada. Desechamos «amigos» rápidamente o Facebook se encarga de ello invisibilizando a quienes no piensan como nosotros.

¿Cuántas personas son verdaderamente importante para nosotros en nuestro perfil de Facebook? ¿Cuántas nos aportan algo? ¿Nos aportarían más hablando en persona? Si revisáramos una por una esas «amistades» ¿Cuáles son de calidad y cuáles son de cantidad? ¿Nos conectamos para qué? ¿Cómo interactuamos con esas personas? ¿Las caritas son lo suficientemente profundas para expresar lo que pensamos? ¿Qué tan articulados somos para hablar? ¿Cuántas de las opiniones que vienen en nuestro perfil son frases preconstruidas o lugares comunes?

Lejos de acercarnos a los demás, las redes sociales amplificadas nos empobrecen porque nos ponen a jugar en el lugar seguro del «Like». ¡Dios guarde armar una bronca con una opinión! ¡Cuidado salirse del gatito tierno! ¡Jamás publicar algo que mínimo obtenga un ‘Awwww’!

¿PARA QUÉ AMPLIFICAR NUESTRA RED?

Para muchas personas tener seguidores en la era digital es sinónimo de existencia. Es algo así como la acumulación de capital ideológico. Solo que ese capital se acumula en el tanto en que reproduzca la liviandad colectiva. La inmensa mayoría de los y las «influenciadoras» dependen de publicar su vida en un estado de felicidad ideal. Obviamente, esa felicidad viene preconcebida por la sociedad de consumo.

Mostrar un atardecer en la playa con un refresco en la mano es la máxima aspiración de la libertad de consumo. Porque quien puede mostrar eso tuvo el tiempo, el dinero y el celular para construir la escena. Mostrarse permanentemente en situaciones aspiracionales es la demostración de la felicidad frente a la miseria ajena.

Obviamente existen los aburridos que ponen artículos que nadie lee (como este) pero a los que se les da «Like» por lástima social y por aparentar que se lee, pero lo cierto es que nuestras vidas son válidas en el circuito social en el tanto sean bellas o tengan un toque de drama con un «check in» a un hospital.

Somos esclavos del «Like», de la falsa interacción y del alarmismo que viaja por la falsa intimidad de WhatsApp. Fingimos estar conectados, cuando en realidad buscamos desesperadamente ser reconocidos. Queremos ser una marca personal, cuando en realidad estamos marcados por la voluntad inmisericorde de un algoritmo.

Para romper con esa adicción, con esa dependencia es necesario volvernos más analógicos y menos digitales. Más sensibles al entorno y menos indiferentes a la vida. Apaguemos las pantallas por un rato y reconstruyamos las verdaderas redes sociales que tenemos.

Este video, como es usual, resume mejor lo dicho aquí arriba. Pero le faltó el dibujito. 😉

 

Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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