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Más allá de la existencia de las noticias falsas, debería preocuparnos el porqué de su consumo. ¿Por qué hay personas dispuestas a creer ficciones o enojarse con titulares incendiarios? ¿Por qué nos involucramos emocionalmente y no racionalmente con ciertos temas? O ¿Por qué tenemos la mecha tan corta?

Las noticias falsas son un negocio como las drogas y se nutre de la adicción de quienes las consumen. Tocan la parte más elemental de nuestro cerebro saltando el neocortex y llegando directamente donde reside nuestro instinto de supervivencia. Se alimentan de nuestros miedos más profundos, de nuestros instintos. Y para ello usan fundamentalmente imágenes cuasi apocalípticas.

Convengamos en que la manipulación a través de la información no es nada nuevo. Sin embargo, las redes digitales incorporan nuevas formas, actores y productores de contenido. Hoy día, un medio también falso publica una noticia de estas y se amplifica como verdad escrita en piedra con «Me gusta» y reenvíos.

No es de ahora

El estudio de la manipulación a través de la comunicación para fines de guerra empezó durante la Segunda Guerra Mundial. Su refinamiento, desarrollo técnico y aplicación se ha venido perfeccionando con los años. Quizás sus formas más acabadas las encontramos en la campaña del miedo lanzada en el Brexit o en la de Jair Bolsonaro en Brasil.

Más recientemente, el fenómeno conocido como lawfare o guerra jurídica, tiene un componente mediático fundamental. Primero viene la acusación y condena sin juicio previo en los medios. Después se crea un sentido común destituyente y luego se da el golpe de Estado forzando las leyes. Fue usado contra Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay y Lula en Brasil. No debe extrañarnos que esa táctica se intentara usar recientemente en el país.

Tampoco podemos negar entonces, una cultura preexistente a la posverdad que nos ha predispuesto por décadas a identificar qué debería ser y cómo consumir «información veraz». No se puede negar que la forma en que algunos periodistas y medios entienden la realidad se convirtió en LA realidad. Como muchos y muchas convierten su opinión en un hecho irrefutable.

Así que no solo cabe indignarse por las noticias falsas, cabe también la autocrítica de quienes crearon la cultura para su aceptación.

La voluntad de creer en otra realidad

Daniel Prieto, en su modelo de comunicación, trasciende el concepto de receptor y lo transforma en sujeto activo: el perceptor. La persona se adueña de su rol en el proceso comunicacional y decide si recibe o no un mensaje. Es ella quien desde su subjetividad interpreta lo que percibe y decide si continúa la interacción.

De ahí la importancia de comprender que quienes desean creer en los conceptos contenidos en las noticias falsas, lo que intentan hacer es creer en una realidad alternativa. Una realidad a la medida de sus emociones, de sus miedos, de su furia. una realidad que permite hacer causa común «en contra de», nunca «a favor de». Son los que están «en contra de la ideología de género», «en contra de la inmigración», «en contra de los gays»; y así sucesivamente.

Les une el espanto por lo diferente, por lo que les es ajeno. Se puede alegar ignorancia, desconocimiento. Pero eso no alcanza. Porque ante la evidencia de la razón, siempre habrá una respuesta sobradora que no resiste análisis o confrontación alguna.

Por eso Donald Trump se para frente a una multitud y miente diciendo que los inmigrantes votan ilegalmente varias veces en California, sin que sus seguidores se lo cuestionan. O la tan manoseada «ideología de género» que lleva a miles de personas a confundir la educación sexual con adoctrinamiento homosexual. Y, en ningún caso, cabe posibilidad de refutar o presentar argumentos porque se presume que es verdad.

Huir hacia el vacío

Buscar en otra realidad lo que no se tiene en esta es un síntoma de la desintegración social que se avecina. Más allá de las convicciones religiosas de cada quien, la conversión al fundamentalista ante el fracaso personal, en aras de encontrar la salvación material es un índice de ese traslape de realidades.

Perdedor en esta, ganador en la de «dios»; el sujeto se aviene a otra realidad que le da la posibilidad de escapar temporalmente de su frustración. En esa realidad gana negando al otro porque aquel o aquella es la encarnación de todo lo que está mal. Y la certeza de tener razón deviene de un «dios» cuya base ideológica es un libro sagrado escrito hace más de 2 mil años.

Si esa persona decidiera convertirse en sujeto de su propia historia se enfrentaría a los problemas sistémicos que le impiden desarrollarse en vez de culpar al gay, a la mujer que busca liberarse o a las trabajadoras que buscan mejores condiciones; por todos sus problemas.

Y quizás aquí radique la base del problema: el sistema económico en que vivimos no satisface las necesidades que crea; pero tampoco permite la búsqueda de alternativas sin antes tildarlas de comunistas, populistas o extremistas. Y nadie en sus cabales quiere morir por exclusión social.

Al final las noticias falsas no son otra cosa que un jalonaso de realidad alternativa para huir de un capitalismo sin alma que culpa al que «fracasa» por no alcanzar la materialidad deseada. Será que no supo emprender, adaptarse al cambio, reinventarse o cualquier eufemismo para trasladar la responsabilidad al individuo por el fracaso del sistema en lo único que debe saber hacer: satisfacer las necesidades básicas de las personas. Y esa, también es una realidad construida.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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