Asumamos que llegamos tranquilos a una intersección cargada de carros. Hacemos el Alto correspondiente y esperamos a que se abra un espacio en medio de la corriente de chunches. Estamos en esas, cuando desde atrás de forma anónima y artera suena un pito a todo lo que da. Cabe suponer que el «pitador» cree que con su claxon abrirá las aguas vehiculares cual Moisés en fuga de los egipcios.
El pito, claxon o bocina se debe usar para alertar de un peligro o avisar amablemente a un conductor. Al menos es el espíritu de la ley. Sin embargo, personas egocéntricas lo usan para imponer su frustración sobre los demás.
Quizás los taxistas encabezan la lista de popularidad por su increíble capacidad de usar el pito al instante. No pasa medio segundo entre que la luz roja pasa a verde cuando el de atrás nos hace saber de su existencia. Dueños de la calle por el derecho divino, van por el asfalto recetando pistazos a quien les estorba o bien a potenciales clientes. Esos «clientes» normalmente no necesitan de sus servicios, pero nada se pierde con intentar.
El ránkin sigue con los traileros. Sí, los mismos que en medio San José tocan la bocina como anunciando la llegada de los jinetes del Apocalipsis. Ni qué decir de un encuentro de colegas de la pitoreta en clave morse de trompetas del cielo. Sonidos que son lo más parecido a un generador de paros cardíacos, estresan nuestros viajes de descanso.
Las motos no deben faltar. Usan el pito para avisar de sus imprudencias, no tanto de su presencia. ¿Qué sería de un giro a la izquierda sin una moto rayando por afuera? ¿Cómo explicar que estuvimos en una presa y no nos pasaron 23 motos seguidas tocando pito para que nadie se mueva? ¿Cómo decir que salimos y no nos pitó una moto que salió de la nada?
Y ahí podríamos seguir con mensajeros, autobuses, polos con plata (léase carros caros con choferes prepotentes), histéricos, necios y demás yerbas. Pero lo que jode es el desprecio por el otro.
MATATE VOS QUE OCUPO LLEGAR RÁPIDO
Podemos estar frente a un semáforo en rojo, que algún taxista daltónico creerá que debemos «mandarnos» porque a él le urge. No importa si en la acción nos lleva un tráiler puestos, no. El tema es que a «mi chiquito de rojo» le urge llegar a algún lado y él es más importante que los demás.
Lo peor de todo es que uno se queda tirando líneas si está haciendo algo malo. ¡Dios guarde uno le señale el semáforo! porque de seguido viene una madreada en señas con lectura de labios obligatoria.
Por supuesto que están los cargas, esos que se las saben todas, que nacieron con licencia bien pegada entre las nalgas. ¡Qué gente más invivible por el amor de Dios! No se puede llegar a una esquina y demorar más de los cinco segundos reglamentarios porque va pito. «¡Jueputa más lento! ¡Tirate!» Uno quisiera responderle para dónde se puede ir, pero está ocupado tratando de no quedar estampado en otro carro o levantarse a un motociclista.
Obvio que nunca falta el autobusero nivel Dios. Ese que todo lo ve y que sabe que uno pasa entre dos carros separados por un segundo de diferencia entre uno y otro. Achará que el de adelante sea tan jetas, tan poco valiente, tan poco hombre… es más hasta es mujer. Porque eso sí, las mujeres si son dulces para crear condiciones de pitazo: primero porque son mujeres y segundo porque son mujeres.
Que conste que existen «pitadoras seriales». Esas que no saben manejar sin tocar el pito al primero que se les atraviese sin importar si el mae está a trescientos metros. Pero digamos que son las menos.
TOCATE OTRA COSA
Porque para tocar pito están los profesionales del claxon. Esos que juzgan a pitazo limpio. No importa si venimos bien, tampoco si entramos al carril a buena velocidad o si estamos esperando prudentemente nuestro turno para cruzar, ellos nos dicen que lo que hacemos está mal porque existimos.
Entonces, desde una perspectiva muy personal, quiero pedirle a estos «tocadores» que se agarren la entrepierna antes de fregar a los demás. Eso aplica para ambos géneros, para que no me acusen de sexista. Vivan en paz, manejen en paz y, si quieren, estréllense solitos sin dañar a nadie.