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Los otros días, a raíz de este video que compartí con una amiga, salió la palabra reinformación como sinónimo de reintroducir la verdad en la información.


En comunicación SIEMPRE hay una INTENCIÓN, puede ser consciente o inconsciente. De ahí que pensar que existe la objetividad en la comunicación es más un acto de fe, que una realidad.

Ahora, eso no quiere decir que no haya profesionales de la comunicación que hagan un esfuerzo por equilibrar e informar de forma contrastada con datos, criterios y hechos relevantes que hagan la noticia valiosa y constructiva para quien la lee.

Sin embargo, vivimos en la dictadura del titular, de la frase sensacionalista, de la expresión irritante o de la afirmación que crispa las emociones y cuyo único fin es transmitir una forma de ver la realidad parcial que conviene a la o al emisor o quién está detrás de él. Es una época que llama a la reinformación.

En la permanente búsqueda de tocar las fibras de las personas pasan cosas: se degrada el mensaje, se “memifica” la realidad, se dicen verdades a medias, se miente directamente o se esparcen teorías de la conspiración que dan sustento al pensamiento fanático. En ese sentido, las redes sociales juegan un rol central como difusoras de tantas verdades absolutas, como personas existimos.

No son mensajes que aspiran a transmitir la versión de la realidad más completa posible; son verdades escritas en teclados de piedra impulsadas por el fanatismo, la intolerancia, el sectarismo y el miedo a lo diferente.

La simple mentira, la compleja verdad

La lucha entre querer decir “la verdad” en pocos caracteres, segundos, memes o videos; frente a “la mentira” simplista que usa gráficos falsos, datos fuera de contexto y/o con afirmaciones descabelladas, no solo es frustrante; es una tarea imposible. Me explico: enfrentar la desinformación es un acto reactivo, intelectualizado y tardío.

Quien difunde desinformación para alcanzar sus propósitos políticos, económicos o de cualquier otro tipo, siempre pega primero y en el centro de las emociones. Lo hace porque tiene una agenda, los recursos y la necesidad de convencer a suficientes personas para que sirvan de dique de contención entre la razón y la fantasía que vende como verdad.

Además, sabe cómo replicar el mensaje rápidamente a través de WhatsApp donde es indetectable e imparable.

Quienes quieren desmentir arrancan con mínimo uno o dos días de atraso. Además, tienen que dar muchos argumentos para desmentir una sola afirmación y, por lo general, no lo hacen de forma articulada: son esfuerzos individuales dirigidos a apagar el fuego en su círculo íntimo.

Para lograr sortear el círculo de la mentira, se depende de haber hecho un muy buen producto para que tenga la explosión viral que llegue no solo al público al que tocó la mentira, sino que llegue a más gente como un efecto vacuna.

Sin embargo, con eso no alcanza. Hay una parte de la gente tan convencida de la mentira que no está dispuesta a creer en una «verdad alternativa». Es decir, que la respuesta va dirigida a los propios y, si se puede, a quienes ven los toros desde la barrera con el fin de conmoverles. Por supuesto, es una vacuna con una verdad subjetiva pero sustentada.

Cuando la desinformación viene de la autoridad

Ahora, hablemos del elefante en la habitación: la estrategia de comunicación del Ejecutivo. Sí, la de los troles, los influencers de TikTok, las verdades a media, los anuncios pomposos que terminan en nada, la de largar cinco afirmaciones a la vez para que apenas se pueda desmentir una. Afirmaciones a cara de perro, sin fundamento, vacías; pero creyéndoselas.

Esa estrategia de atacar por tantos frentes comunicacionales para generar la sensación que pasa algo, aunque no pase nada; o peor aún, mientras se aplican modelos de una manual ideológico añejo para privatizar todo el Estado.

Su épica se basa en el odio al otro. Un otro que «pone piedras» reales o imaginarias entre los fines reales, secretos o fantásticos del presidente y su concreción en un país presuntamente perfecto.

El país de las maravillas se construye con frases sensacionalistas que abiertamente ignoran la realidad legal o fáctica; pero que alimentan el pensamiento mágico de gente se siente excluida o insatisfecha  con el sistema económico (independientemente de la clase social) que cree que la solución está en la muerte física o social del otro. Así se distrae a la sociedad de las discusiones de fondo, mientras mantiene la epidermis sensible por temas de forma.

Y en una sociedad cada vez más violenta, estos mensajes son como un bálsamo de gasolina súper, en la hoguera del odio y el desprecio por el otro. ¿Entonces qué hacemos? ¿Cómo nos adelantamos a la mentira, a la frase que desata la furia?

La reinformación como respuesta

Reconstruir la información desde la verdad, significa desarrollar la reinformación, reeducarnos en cómo nos comunicamos. Convertirnos en sujetos de la comunicación, en perceptores en términos de Daniel Prieto. Es un acto intencionalmente profiláctico que demanda mejorar nuestra lectura política. Leer las intenciones del gobierno de la desinformación para argumentar seriamente antes de que la verdad a medias se convierta en una verdad perdurable.

Dos máximas: 1. «Todo comunica»: gestos, renuncias, nombramientos, reuniones, acciones, inacciones, dudas, afirmaciones, negaciones y contradicciones. 2. «Dudar de todo»: detrás de todo acto de comunicación hay algo que no se explicita, cuestionarnos ese vacío nos ayuda a separar la distracción de la intención.

La reinformación es asumir que la verdad es un concepto en disputa y se construye permanentemente. La verdad no es estática, es dinámica en una era en la que se agregan datos reales y falsos a un mismo hecho. Además, reiterar el mensaje en varias plataformas y de forma creativa.

Olvidarnos del mensaje encapsulado de la publicidad, por un mensaje más elaborado y fácil de digerir por la colectividad. Construir la verdad con argumentos, no solo con memes o posts digeribles para centennials. Hay que ir por más. Quizás sea volver a la modernidad y cultivar un pensamiento más amplio y universal que combata la bipolaridad reinante. Esa bipolaridad excluyente que sirvió a los nazis para construir a los judíos (el otro) como enemigo.

No se si alcanza, pero…

Reconstruir el concepto de información más allá de lo transaccional, se antoja difícil. Implica un compromiso ético con difundir hechos lo más cercanos a la verdad. No significa renunciar al humor del meme, ni a las genialidades de los videos; pero sí entender que la síntesis emotiva no construye verdad.

De ahí que resulte tan difícil pretender tener un «manual de la reinformación», más allá de la intención.

El primer paso debería ser tomar conciencia de que la desinformación está destruyendo la sociedad. Eso nos debería llevar al compromiso de convertirnos en sujetos comunicacionales: asumirnos como emisores y perceptores. A partir de ahí, la lectura activa de las y los actores políticos demanda un ejercicio que reconoce nuestros prejuicios, pero también reconoce sus intenciones.

Finalmente, viene la toma de decisión y posición. ¿Cuándo y cómo involucrarnos? ¿Vale la pena opinar por todo, todo el tiempo? ¿Tiene sentido vivir en la cultura de la indignación?

En ese sentido, atacar la desinformación nos llama a actuar a partir de la lectura del entorno político, sin mesianismos pero con la misma firmeza de aquel que miente compulsivamente para hacernos creer que su ilusión de la realidad, existe.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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