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Hace cuatro años cuando en el Estadio Nacional Luis Guillermo Solís pronunció su discurso bailé por un torrente de sentimientos. Por un lado la alegría de ver a un exprofesor convertido en presidente, por otro el pavor de lo que se venía. El discurso iba bien hasta que se puso la cruz al hombro que todos debemos cargar y no invitó a nadie a llevarla con él.

Después vinieron aquellas frases de «búsquenme» y «reclámenme»; y, como si fuera un partido de fútbol, la pateó por fuera cuando estaba solo frente al arco. Aún recuerdo ese momento de temblor por dentro al tiempo que un estadio colmado estallaba. Se proclamó redentor ante un pueblo que necesita redimirse solo. Luis Guillermo Solís se olvidó de convocar a la ciudadanía a gobernar con él. Esa oportunidad de bajar las expectativas y alinear a la sociedad en torno a un proyecto político se escapó.

Ese discurso que inauguraba una nueva era política en Costa Rica no trascendió más allá de un voluntarismo estoico. Porque así también fueron estos cuatro años. Se hizo lo que se hizo a puro pulmón. Nadie, en su sano juicio, puede negar su vocación de servicio y entrega.

Cuatro años después de aquel 8 de mayo nadie le preguntó «¿Qué cambió en Costa Rica desde 2014 a 2018?» Eso habría dado para una discusión política de fuste y no para saber si alguna vez se arrepintió de haberse presentado a elección popular. Entonces, quizás, habríamos entendido qué se reformó y qué no; trascendiendo la metáfora de la finca encharralada.

Pasemos a valor presente. El paso de la banda de un presidente a otro me conmueve. Se me hace un nudo en la garganta. Es una mezcla de orgullo, con épica de Hollywood y gol en la Saprihora.

Esos errores no se repitieron ayer

Parado frente al podio, con un discurso claramente ensayado, estaba un tipo de 38 años que ahora es nuestro presidente. Atrás, el presidente saliente que se enjugaba las lágrimas de la emoción. Lee a paso firme, a veces trastabilla, pero se reincorpora rápido y sigue raudo, como queriéndose comer el mundo a palabras.

El discurso parece un manual de lecciones aprendidas. No se lanzan las campanas al vuelo. Aterriza en la situación fiscal, de infraestructura, educación, salud, ambiente, empleo y de seguridad. Establecen las líneas políticas a seguir y se esboza una idea vaga y difusa de la Costa Rica del Bicentenario. El presidente intenta coser la historia del país con el futuro, usando como hilo las acciones que se deben llevar a cabo en estos cuatro años.

No hay promesas grandilocuentes como la de Miguel Ángel Rodríguez de empezar a construir la carretera a Caldera seis meses después del 8 de mayo. Las acciones que propone quedan dentro del marco de lo político, de lo realizable. Identificó a quienes necesariamente se beneficiarán con su labor y repitió una y otra vez que el desarrollo del GAM es diferente del de la Costa Rica periférica.

Carlos Alvarado preparó un discurso de bajas expectativas, llamando a los actores políticos por su nombre y comprometiendo a la sociedad a participar. La Asamblea Legislativa quedó debidamente notificada. La cancha quedó marcada para todo el mundo.

Pero, lo más importante fue su convocatoria a toda la ciudadanía a trabajar con él. «Y trabajaré muy duro dando lo mejor de mí para no fallarles. Pero yo también les digo, no nos fallemos a nosotros mismos, porque esta empresa de desarrollo es colectiva, es de toda nuestra sociedad», dijo. Estoy seguro que pudo desarrollar más este punto particularmente porque los medios de comunicación o no entendieron o no quisieron entender.

Y ahora nos toca a nosotros trascender el discurso

Carlos Alvarado necesita mantener la calle viva. Que se hable, se piense y se respire actualidad política. Parece un sueño de opio, pero es lo único que tiene contra medios obtusos y una Asamblea emocionalmente crispada que ayer mostró su lado surrealista con las diputadas de Restauración Nacional desfilando del brazo de sus compañeros de fracción cual oda a la infidelidad.

El presidente en su discurso invitó a gobernar con él. No aceptar la invitación sería una torpeza de nuestra parte. Cómo se come eso es otra historia, pero bien vale la pena hacer el esfuerzo. Toca proponer, vigilar, criticar, informar, informarse, meter el hombro y hablar menos paja.

Sin el apoyo de la calle, sin la solidaridad de la gente este gobierno la tendrá difícil. Las reformas que necesitamos para salir del atolladero también son sociopolíticas. Implica que asumamos nuestra responsabilidad como ciudadanos, algo a lo que hemos rehuido en muchas ocasiones.

Lo primero que harán los conservadores será atacar la felicidad, el sentimiento de logro, la esperanza de un país mejor. Nos harán creer que no nos merecemos un país mejor, que no es posible.

Nuestra única arma contra el desánimo, el odio y el temor al cambio es nuestra propia alegría. Que no nos arrebate nadie la esperanza de un país más justo, inclusivo y solidario. Aplaudamos a cualquiera que haga las cosas bien, censuremos a quien falle, pero seamos prudentes reconociendo la diferencia.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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