Hablar de suicidio es siempre espinoso. Sobre todo cuando no se tiene la autoridad o la asertividad para hacerlo. Por lo general hablamos desde nuestras prenociones porque científicamente nunca lo abordamos. Lo cierto es que hay muchos disparadores para que una persona tome una decisión, por lo general, desesperada. Sin embargo, esas decisiones pasan por un filtro emocional descompuesto y distorsionado mayormente por la depresión.
Existe un acuerdo tácito en los medios del país de no hablar sobre el suicidio. Esto con el fin de «no dar ideas» a quienes quitándose la vida quieran aparecer en sucesos. Es una consideración ética que intenta, ante todo, preservar la vida. Esa es la razón por la que el tema emerge tibiamente en ciertas secciones, pero no dentro de los hechos de sangre.
Si bien es cierto el principio es válido, no hablar del suicidio y sus causas nos ha llevado a evadir el tema o a tratarlo sin el rigor que ello demanda. De eso solo se habla cuando muere alguien «importante». Entonces suicidarse se vuelve un tema de ricos y famosos, algo reservado al glamour.
Al fallecer en esas condiciones se humaniza a la víctima y se la muestra cercana a nosotros. Tanto así que sentimos compasión y justificamos el hecho. Es quizás por eso que los medios se reservan los suicidios de los pobres y desconocidos. Sin embargo, la depresión, el verdadero motor del suicidio es abordado de forma ocasional y tan liviana que no permite a las personas dimensionar la potencia de la enfermedad.
¿Ser creativo es ser depresivo?
El suicidio como tal no me es ajeno. Alguna vez me rozó en la vida de una persona muy querida y también en mis pensamientos. Pero de eso hablaré después.
Supongo que la muerte de Anthony Burdain nos puso a hablar a todos, tanto que ahora hay una nueva camada de psicólogos de teclado (me incluyo). Pero lo cierto es que días antes también se quitó la vida la diseñadora Kate Spade. Y fue esa noticia la que terminó de convencerme de escribir estas líneas por desacertadas que puedan parecer. ¿Por qué las personas creativas tendemos a ser depresivas? Perdón por la generalización y la autoreferencia.
Es un tema que había venido masticando desde hace años y estaba buscando ayuda profesional para abordarlo en un video. Es que no es un tema menor y realmente hay que abordarlo con cuidado. No pretendo despreciar las razones por las que cualquiera se quita la vida, pero confieso mi estupor por esas mentes generadoras de maravilla que no pueden consigo mismas.
Me inquieta pensar en genios creativos como Robin Williams, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Amy Whinehouse o el mismo Anthony Burdain. Se podrá alegar que hubo drogas de por medio ¡Por supuesto! Sí estaban deprimidos ¿Cómo no apegarse a las drogas?
Conozco personas altamente creativas y al mismo tiempo con rasgos depresivos. Más allá del genio y la alegría que derrochan, en sus ojos siempre hay un dejo de insatisfacción. No los juzgo, porque tienen el mismo carácter difícil que tengo yo. Presumo que ser diferentes en el contexto de una sociedad monocorde genera presiones innecesarias.
Por otro lado, siendo docente me tocó atajar a mentes brillantes con crisis emocionales serias. Chicas y chicos que se sentían fuera de lugar y con una necesidad increíble de ser escuchados y comprendidos, de sentirse normales.
La depresión y la creatividad
El tema es que personas brillantes mueren en la oscuridad de la depresión. En ese sube y baja de emociones que es la creación, hay un momento en que se está tan arriba como el cielo lo permite… y tan bajo como solo Dios puede saberlo.
Bien lo dice José Antonio Rodriguez Piedrabuena, un estudioso de la mente español: sin emociones no se puede crear. Y a veces, como es el caso de este texto, emociones como el dolor o la angustia empujan a escribir, a crear.
Entonces ¿Qué pasa cuando se crea sin estar consciente de las emociones que nos mueven en ese momento? Probablemente, nuestro ego toma el control y nos gratifica o nos castiga. La falta de conexión con nuestras emociones nos juega una mala pasada. Nos volvemos codependientes de la aprobación o el rechazo de nuestro genio.
Lo que sucede es que la mente del creador no puede estar sola, necesita estar acompañada de gente que la nutra, no que le sobe el ego. No es lo mismo crear libremente en colectivo, que hacerlo encerrado en el ingenio propio que, como todo, tiene un límite.
Imaginémonos cómo se puede sentir una persona superada por sus emociones, sin amor propio, sin sentido de pertenencia y sin una visión de futuro. Agreguémosle que siempre ha sido incomprendida por no encajar, por ser diferente, por tener una visión tan amplia que a otros les resulta amenazante y se convierte en razón de chota.
Pensar en el suicidio
Lo que me mueve a escribir este texto es mi salud. Yo mismo he sentido que mi vida no tiene propósito y, en momentos muy particulares y oscuros, he pensado en terminar con mi existencia. Siempre he tenido que enfrentarme al hecho de no poder hacer lo que «otros hacen normalmente». Es que hay un estándar de normalidad. Se aprende de una manera, se trabaja de otra manera, etc.
A los treinta y pico de años me diagnosticaron con déficit atencional. Lo que para muchos es una tragedia, para mí fue la respuesta a muchos momentos de frustración, de sentir que no avanzaba, que no podía leer, que era vago, que no podía ser tan bueno como los demás. El tema es que aprendo y genero resultados de maneras diferentes. Para las personas de mi edad nunca hubo ayuda ni comprensión escolar. Con los años armé mis estrategias de supervivencia, pero ese diagnóstico me hizo libre, me hizo sentir normal por primera vez en muchos años.
Pero han habido momentos de depresión producto de esa condición química que han sido peligrosos. Es un ahogo emocional tan fuerte que la única razón lógica que se tiene para vivir es dar el salto al más allá. Gracias a Dios he sabido pedir ayuda y la he recibido de quienes me quieren y me cuidan. Contención a tiempo, palabras oportunas y medicamentos adecuados me han ayudado en esos momentos.
El susto, el miedo que paraliza en ese momento no da ni para hacerse encima. Es una sensación tan fuerte, tan profunda que mata por adelantado. Uno podría pensar que el que está mal es uno. Eso no es tan cierto. Lo que hay es un desorden químico que nos deja vulnerables y desprotegidos. La depresión no es un acto voluntario, es la consecuencia de emociones que no podemos manejar porque químicamente estamos inestables. Esas emociones derivan de mil cosas y cada quien reacciona ante los estímulos externos e internos de forma diferente.
Hay esperanza y ayuda
En algún momento de la vida podemos sentirnos sin esperanza, sin propósito, que no hay más allá. Ese es el momento de pedir ayuda. Esta sociedad que nos demanda ser lo que no somos, convertirnos en manifestaciones de estereotipos es una sociedad cruel. Nos pide ser lo que nadie naturalmente será. El éxito no lo define nadie más que nosotros mismos. Importar creencias de éxito basadas en estereotipos nos aleja de quien verdaderamente somos.
La construcción de la identidad propia es una tarea permanente. No hay recetas y no hay caminos únicos, pero no podemos hacerlo solos. La presión desde afuera puede ser muy grande. Por eso, recurrir a un o una profesional es una buena idea. Un psicólogo o psicóloga bien nos pueden ayudar a redimensionar nuestros temores, lo que nos ancla o bien lo que nos da impulso para hacer más.
También están los y las psiquiatras que son más que recetadores de medicamentos. Son profesionales que analizan nuestra situación y valoran hasta donde podemos solos y cuándo es necesaria la ayuda farmacológica. De paso, no es malo tomar las medicinas apropiadas para sentirse bien. Un antidepresivo o un ansiolítico a tiempo, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Hay ayuda y uno debe saber que hay gente dispuesta ayudar en cualquier momento y a cualquier hora. No debemos sentir vergüenza ni por pedir ayuda, ni por lo que sentimos. Es muy importante dejarse ayudar.
Pero también es bueno que como sociedad ayudemos a quienes ayudan. Muchas personas lidian con la depresión de seres queridos y terminan solos contra el mundo. De ahí que los grupos de apoyo para estas personas son importantísimos.
La depresión es una realidad. Tenemos con qué enfrentarla, con quienes apoyarnos y los recursos para controlarla.