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Desde la aparición del virus que provoca el Covid-19 no hemos parado de aprender. La enfermedad da clases de humildad y realismo todos los días. Por eso, exigirle a la ciencia, a la política y a la economía soluciones inmediatas es cuando menos arrogante.

El Covid-19 no tiene cura aún. Hay tratamientos producto la experiencia que se vive en los hospitales, nada más. Las personas de ciencia se afanan por salvar vidas a como de lugar. Y la única forma de evitar muertes es frenar el contagio. Después de ahí es un juego de probabilidades.

Y como bien sabemos la única forma de frenar el contagio es ser responsables: guardar la distancia, lavarse las manos y usar mascarilla. Básicamente, como dice ese grafiti en una calle de Buenos Aires, “La Vacuna Somos Todos”.

A la fecha ningún modelo matemático en el mundo ha acertado en sus pronósticos sobre la evolución de la enfermedad. No porque su formulación sea errónea, sino porque entran a correr otras variables como la responsabilidad individual que no es cuantificable.

Es decir, no hay una forma certera de medir la propensión de las personas a tomar riesgos. Obviamente, existen otros imponderables como Bolsonaro o Trump que inciden directamente con sus acciones y omisiones en la tasa de contagio en sus países.

Por eso, hablar de casos de éxito a esta altura es bastante prematuro. Quizás podemos pensar en buenas prácticas o manejos por parte de gobiernos y sociedades. Sin embargo, hay casos que pudieron manejarse mejor como Suecia, Inglaterra, Ecuador, El Salvador o los mismos Brasil y Estados Unidos.

Vida, ciencia, libertad y economía

Los y las epidemiólogas de teclado han creado una dicotomía entre la salud y la vida; la ciencia y la libertad. Que no se puede pensar tanto en la salud porque sino la gente se muere de hambre.

De ahí que las quejas por playas, montañas y parques cerrados como afrenta a la libertad da pena ajena. El porqué antes no y ahora sí de las mascarillas es de necios. Las acciones tienen un momento que las hacen efectivas. Nos toca cooperar.

Si se vive en un lugar con las necesidades satisfechas, entonces es fácil pensar que “se limitan libertades” cuando no se puede ir a la piscina del condominio.

Igual sucede con el rechazo del presupuesto que dotaría de recursos a un programa que, aunque insuficiente, intenta paliar el hambre y las carencias de la gente más afectada por la crisis. Ni qué decir las vacaciones postergando a quienes se defiende de palabra pero no con las acciones.

Actuar en clave electoral con el hambre de la gente es de miserables.

Como es de cínicos intentar derrumbar el tren eléctrico con el cuento del hospital mágico salvadoreño. Edificio denunciado por ser un set fotográfico.

Como lo hizo Macri en Argentina armando escenas falsas en autobuses para verse cercano a la gente y Trump frente a una iglesia en medio de protestas raciales.

Si así nos quieren gobernar los mal llamados cristianos, preparémonos para comer la ayuda que nos llegue por WhatsApp.

Costa Rica necesita mucho más que poses políticas, necesita ideas superadoras cuyo horizonte de vida sea mayor a 30 años y no las desfasadas recetas de hace tres décadas.

Una vacuna de creatividad

Estamos en un paréntesis entre la aparición de la enfermedad y la llegada de la vacuna. Usemos ese tiempo para abordar el problema desde otros ángulos, no para pedir imposibles.

Culpar al otro, ofrecer lástima y enojarse fingiendo que importa lo que no se vive; no solo es hipócrita, sino que hace las cosas peores.

La situación producto del Covid-19 es tan inusual, compleja e imprevisible que no puede seguirse abordando desde el miedo a perder. El miedo es un mecanismo de alerta, pero el miedo a perder una fortuna o una elección, paraliza y provoca las peores reacciones.

Nos toca asumir el reto de proponer nuevos encadenamientos. Cómo volver a construir relaciones emocionales y productivas desde nuestro aislamiento. Una separación física, emocional, económica y cultural. Nos hemos compartimentado aún más como sociedad y eso significa que debemos reconstruirnos.

Es como si alguien hubiera arrojado una pelota contra una estantería llena de vidrio llena de adornos de cristal. No importa cómo se repare, no volverá a ser lo mismo y las uniones serán diferentes a lo que existía antes. Nos toca aceptarlo, convivir con ello y usarlo como una nueva fuerza para nuestro crecimiento.

Crear implica combinar. Busquemos elementos de lo que había, de lo que hay ahora y creemos sin parar: algo nuevo va a salir. Quizás sea la vacuna contra la desesperanza.

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Saúl Buzeta

Advertencia al visitante: Saúl Buzeta Dhighiam es politólogo de formación, comunicador por deformación y necio por naturaleza. Los dedos de la mano no sirven para contar sus obras pues no tiene, mas acostumbra a escribir a hurtadillas artículos de poca monta que gente incauta (en el mejor de los casos) o sin escrúpulos (en la mayoría de ellos) publica sin compasión por el lector. Considérese entonces amable visitante suficientemente advertido sobre lo inocuo de lo que aquí encontrará.

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