La sociedad capitalista a través de sus herramientas de propaganda nos ha hecho creer que nuestro éxito individual está en renunciar a nuestra condición humana.
Despojados de toda emoción, capacidad de sentir e involucrarnos con cualquier cosa que no sea el trabajo, somos la máquina perfecta que genera riqueza para otros y, de rebote, para nosotros mismos.
Una riqueza pírrica que se transforma en un culto al objeto, a la autodefinición a partir de lo que se tiene, no de lo que se es, porque como dijimos renunciamos a ser, para ser un objeto más que se bota cuando ya no sirve. Nos convertimos en una mercancía más que se vende con lo que tiene, no que se integra con lo que es.
Mientras nos movemos dentro de las reglas de la sociedad de consumo y nos va bien, somos seres cuasi perfectos que logramos nuestro lugar en la sociedad de consumo gracias a lo que podemos ostentar. Pero cuando la vida nos recuerda que somos personas, que sentimos, que añoramos, que somos adultos… entonces nos enfrentamos a la frustración que significa la imperfección que hay detrás de la condición humana.
EL SUJETO
Un ser humano que muestras sus emociones, que antepone sus necesidades objetivas a las de la maquinaria de producir dinero es una suerte de paria social.
Sin embargo, la ansiedad, angustia y desesperación que vienen cuando nuestras necesidades se enfrentan a las demandas irracionales del trabajo o la falsa vida en sociedad nos recuerdan que hay un límite: la ideología no da de comer, no ayuda a amar, no permite establecer vínculos verdaderos, solamente nos encadena a un deber ser propio de las películas y de las fantasías laborales importadas.
Esa es la maravilla de «A ojos cerrados». Tuvo que venir la muerte, para hacernos entender que estábamos vivos. Tuvo que venir una película costarricense bastante bien acabada, para ponernos a pensar sobre nosotros mismos y nuestra condición humana.
Hay que verla, hay que vivirla, hay que compartirla y hay que lograr que la gente la entienda. ¡Ahora la vida tiene su propia propaganda!1800
Originalmente publicado en redcultura.com